La guerra del fútbol

Una de las escasas ventajas de la edad, es la espesura de los recuerdos, que se guardan en la memoria hechos de los que algunos ni han oído hablar. Como España es un país joven, según la retórica al uso, nos evitamos ciertas comparaciones que serían estupefacientes. Pero no hay otro remedio que hablar de algunas de ellas. Me refiero ahora al fútbol, objeto predilecto de la inquina de la izquierda prodemocrática que lo consideraba, poco menos, que la gran baza legitimadora del franquismo. Los que éramos partidarios de ese estupendo deporte, protestábamos interiormente, no había otra forma de hacerlo sin ser colaboracionista del régimen, de esa identificación chapucera, pero temíamos que a la llegada de la democracia, cuando la izquierda ganase las elecciones, la Liga de fútbol pudiera pasar a la clandestinidad. Nos aterraba la idea de que el Bernabéu fuese a ser demolido para edificar un centro cultural; como es obvio, las cosas no han sido así, pero lo que ha pasado supera en mucho la capacidad de imaginación que teníamos entonces.

No es que la izquierda se haya moderado en sus diatribas contra la alienación futbolera, es que las facciones de la izquierda se disputan a dentelladas los derechos de retransmisión del fútbol que, previamente, le han sido arrebatados al común de los españoles: de este modo, tenemos que pagar alguna especie de canon a los amigos del gobierno por solazarnos con un espectáculo tan alienante, en su vieja opinión, como el futbolístico.

Si la izquierda se hubiese dejado llevar por su inclinación natural, podrían haber pasado dos cosas: o bien que el fútbol se hubiese visto perseguido, más o menos como el tabaco y la velocidad lo son ahora, o bien que se hubiese prohibido la realización de cualquier negocio privado sobre los canales de información de un tema tan popular. Pero no, la izquierda nos ha sorprendido una vez más, no en vano vive de una inspiración dialéctica. La máquina de propaganda de nuestra izquierda se apoya descaradamente en los beneficios de la explotación mercantil de una afición que comparten millones de españoles. Para eso ha habido que arrebatar a las televisiones, empezando por las públicas, el derecho a informar de lo que sucede en los estadios; como es lógico eso ha creado un estadio de privación en muchos aficionados. El caso ha sido especialmente grave entre los que se conocen habitualmente como parados de larga duración; muchos de estos, tras dejar la cola del subsidio prometido sin conseguir nada, han debido acudir presurosos a las oficinas de la nueva plataforma progre-futbolística a pagar los 15 euritos para suscribirse a GOL, que tal es el nombre del nuevo emporio. Un negocio que ha surgido de un decreto de urgencia y chapuza veraniega para garantizar que el fútbol pueda seguir produciendo dividendos a las fuerzas de la cultura de izquierdas. Ver para creer.

[Publicado en Gaceta de los negocios]