Furusato


Leo con frecuencia en El Imparcial las columnas de Hidehito Higashitani, un japonés catedrático de filología al que conocí en Madrid hace muchísimos años y con el que aprendí a admirar a los japoneses. Nunca olvidaré que, en cierta ocasión, y al observar que Hide se callaba cuando se le interrumpía, costumbre que haría prácticamente imposible la típica conversación española, alguien le dijo que no había que ser tan orgulloso, que lo lógico era seguir hablando sin hacerse el ofendido. Hidehito respondió, con la lengua del Quijote que era la que por entonces conocía mejor, que él entendía que si alguien le interrumpía era porque tenía algo más importante que decir que lo que él estaba diciendo, y que lo lógico era callarse, por respeto: gente rara estos japoneses.
Gracias a él me entero de que Plácido Domingo es uno de los artistas que ha ido a cantar a Tokio, saltándose esa estúpida barrera de miedo por lo nuclear, y dando muestras de cariño y solidaridad hacia una gente tan admirable que conoce, mejor que nadie, por cierto, los riesgos y males de esa energía cuando se desata.
La intervención de Domingo cuyo youtube les ofrezco, comienza con unas emotivas palabras de afecto: es una de las pocas cosas claras y universales que justifican la existencia de la fama, la capacidad de manifestar un afecto que otros no podemos hacer patente con tanta claridad. Mi admiración por la cultura japonesa es creciente gracias a lo que voy pudiendo conocer de su cine, de su tecnología, de su poesía, de su tradición, de su sentido del honor, de su disciplina, de su exquisita educación, tan distante y certera. Son admirables, y, aunque no sirve de mucho, me uno desde aquí al cariñoso homenaje de Plácido Domingo.

Un día de gloria

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El rescate de los mineros chilenos de su encierro a más de 700 metros de profundidad ha sido una de esas noticias que, con razón, han conmovido al mundo. Se dice que más de 1000 millones de personas del mundo entero han presenciado en directo el rescate, lo que supone casi un 20% más de espectadores que, por ejemplo, la última final del campeonato mundial de fútbol.
Es raro que haya noticias tan positivas y conmovedoras como las que se refieren a esta peripecia minera. Cuando las hay, el público las compra sin duda, harto de las desgracias, las traiciones y las disputas habituales.
Los chilenos han dado un ejemplo al mundo y, al hacerlo, han mejorado de manera considerable su imagen colectiva y, por ello, sus posibilidades en un entorno cada vez más competitivo y cercano. Los líderes chilenos han sabido ver el potencial positivo que tendría la hazaña y no han tenido miedo al fracaso, una posibilidad que siempre ha estado ahí, amenazando.
Todos debemos felicitarnos por este éxito colectivo y debiéramos aprender alguna de sus lecciones, entre otras, desde luego, el que no sea de recibo que los mineros sigan trabajando en condiciones de tantísimo riesgo, porque siempre vale más prevenir que curar.

El mapa escandaloso

En un artículo muy reciente, Enric Juliana se quejaba, no sin cierta razón, del mapa de inversiones ferroviarias. El escándalo viene de que la línea Barcelona Valencia no aparece, de manera que Barcelona y Madrid están unidas por una línea de alta velocidad, Valencia y Madrid pueden estarlo en breve, y  Barcelona no tiene ese tipo de buena conexión con Valencia. En ese triángulo de grandes ciudades, hay un lado al descubierto. Luego afirma, también con cierta razón, que hace falta un gran corredor de mercancías para que el Mediterráneo quede bien unido a Europa.

El argumento supone que el escándalo se produce por la sumisión al supuesto victimismo de los valencianos y por la permanencia de un esquema radial en las comunicaciones ferroviarias. Puede ser. Habría que decir, sin embargo, que el asunto puede contarse de otra manera. Primero porque la conexión ferroviaria entre Barcelona y Valencia es, salvo un par de puntos que están en solución, de las mejores de toda la península en cuanto a viajeros, y son muchos los que han defendido que mantener y mejorar ese modelo es preferible al excesivo gasto de la alta velocidad y, segundo, que el tráfico de mercancías es un desastre en toda la red, sin que el eje mediterráneo suponga ninguna expansión.

Me parece, sin embargo que el problema de fondo es político y que no sirve de mucho tratar de racionalizar las cosas cuando se va a defender intereses que son más hondos. No se puede hablar en serio  de un mapa razonable de transporte cuando las fuerzas políticas, y las gentes que los apoyan, se obstinan en imponer diferencias. El  resultado de esa pluralidad mal entendida es que es imposible planificar de manera coherente. La primera línea de alta velocidad no se hizo entre Barcelona y Madrid, sino entre Madrid y Sevilla, tal vez porque Felipe González era de allí. Eso es malo, sin duda, pero es el resultado de entender las relaciones entre los territorios, como si solo existieran las partes y el todo fuese una mera pesadilla de la historia. Sin cambiar eso, no vale quejarse.