Cuando escribir es siempre reeescribir


A propósito del 23 F se han escrito estos días muchas cosas, la mayoría, como es natural, bastante oportunistas y prescindibles. Una de las que se salva de la quema, con mucho, es el comentario de El Escorpión, el blog de Alejandro Gándara, lleno de inteligencia y buen olfato. Se plantea Gándara dos cosas, una muy general, si las conmemoraciones son formas de reescritura, y otra más particular y enormemente pertinente, la razón de que se conmemore tanto un hecho desdichado.
Respecto a la primera cuestión, lo que hay que decir es que la historia es siempre reescritura y que es solo una mala imagen la que nos ha hecho leer reescritura como sinónimo de deformación. No hay tal. El pasado no es tan objetivo e indeformable como parece a primera vista, entre otras poderosas razones porque siempre está cambiando, el pasado de ayer no será nunca el pasado de mañana, porque el transcurso del hoy lo altera de manera permanente. Esto no milita contra el obligado empeño de una cierta objetividad a la hora de narrar a historia, pero el pasado no se libra del efecto insobornable del tiempo que también lo cambia, pero en fin esto no es lo que más importa respecto a la fecha conmemorada.
La verdadera cuestión es cómo se ha convertido el recuerdo de un tramo bochornoso de nuestra historia reciente en un motivo de alborozo. Gándara apunta que, aunque se pretenda conmemorar la victoria de la democracia, lo que en realidad se celebra es el éxito de esta situación que nos gusta tan poco a tantos. Yo creo que lo que Alejandro Gándara pone de manifiesto es muy importante, y además se descubre mediante el sesgo freudiano que él, muy acertadamente, denuncia. Lo que se celebra es el monopolio, y eso apenas tiene que ver con la democracia, ni ayer, ni, muchísimo menos, hoy.

La guerra de la tele

Hoy he visto un documental sobre la batalla del Ebro en Televisión española. No hay gran cosa que decir sobre su calidad narrativa: lo habitual, planos de recurso, testimonios humanos de supervivientes que no dicen nada sobre el asunto, es decir nada que no sea una vaguedad, y una voz en off que cuenta la verdad del caso. Lo que me ocurre con esta clase de análisis es que nunca consigo explicarme cómo Franco consiguió ganar la guerra siendo tan torpe y tan vil mientras que sus enemigos eran, sin excepción, brillantes estrategas, patriotas generosos y soldados valientes, que, además, luchaban por un ideal inmaculado. Es lo malo de la historia, ya lo dijo Gil de Biedma, que siempre termina mal. Aquí parece que hay un puñado de historiadores y de periodistas empeñados en que la realidad no les estropee un buen reportaje, en contar que Franco solo ganó la guerra por chiripa, y en apariencia. Además, ya sabemos que la guerra la va a ganar definitivamente Rodríguez Zapatero, aunque está teniendo un pequeño tropiezo por culpa de los jueces revisionistas que quieren empapelar a Garzón, que ese podía ganarla el solo en un periquete.

Los deseos de otro pasado

No pensaba ver Agora, pero me animaron los elogios de unos amigos inteligentes y cultos. Pese a su recomendación, la película me ha parecido un disparate desde un punto de vista intelectual, aunque sea, desde luego, un disparate que será bien recibido por muchísima gente. Cuando salía del cine vi que uno de los espectadores le decía a su hijo pequeño que la película le había encantado porque le gustaba todo lo que desenmascare a los cristianos, un objetivo que, al parecer, está de moda en Hollywood, cuna de la intelectualidad. He visto en algún lugar que el director afirmaba sobre su película, «es increíble cómo se parece a la situación actual». Esto me recordó inmediatamente a una escena que he vivido en persona. Estaba Juan Luis Arsuaga (a quien a veces se llama Marqués de Atapuerca, por el rendimiento que le ha sacado a la cosa) dando una conferencia sobre la vida de sus seres preferidos, los atapuerquinos o atapuercanos, que supongo que será opinable. En un momento dado mostró una diapositiva en la que se veía a un homo antecessor sonriente y nos hizo observar que la sonrisa daba buena muestra de la inteligencia del habitante pre-burgalés, claro que se le olvidó mencionar que la diapositiva era un dibujo hecho por los de su equipo: con este procedimiento podría haber demostrado incluso que a los atapuerquinos fueron aficionados, por ejemplo, a leer el Marca, aunque me malicio que, en tal caso, alguno de los asistentes habría caído en la superchería del argumento.

Decía Croce que toda historia es historia contemporánea, y yo creo que tenía razón, pero que esa es una verdad que hay que tomar con pinzas para no incurrir en auténticas mistificaciones como las que, a mi modo de ver, produce Amenabar en la cinta de marras. Yo no soy especialista en esa época, ni en ninguna, si vamos a eso, pero todo lo que he visto chocaba con mis, digamos, informaciones previas. Expondré algunas objeciones.

1. Alejandría fue ciudad griega desde su fundación y la Biblioteca era la prolongación de la escuela científica que allí se instaló, bajo la protección de los generales-herederos de Alejandro; curiosamente el nombre de esta escuela científica se emplea también para denominar una de las escuelas teológicas más importantes del primer cristianismo, de manera que en Alejandría, aunque en momentos distintos, estuvieron Aristarco, Hiparco, Ptolomeo, Diofanto, Eratóstenes y Filón de Alejandría, pero también, algo después, alguno de los teólogos más decisivos en la formulación del Credo de Nicea (que, más o menos, es el que estudiábamos en la escuela) como San Clemente, y el propio San Cirilo (el malo de la película). No tengo ni idea de cómo podía ser el edificio de la Biblioteca, pero francamente, me cuesta bastante trabajo no imaginármelo como un edificio helenístico y creo que el esperpento egipciaco que imagina Amenabar es de juzgado de guardia.

2. He visto en la Britannica, que, como es sabido, no se edita en el Vaticano, todo lo que hay sobre Cirilo, Sinesio e Hipatia y no encuentro la menor referencia que sirva para acusar a Cirilo del crimen cometido con la anciana sabia (la mataron a la edad de 61 años y dudo que estuviese tan buena a esa edad como la Weisz lo está ahora). Cirilo sobrevivió a la filósofa, pero Sinesio difícilmente pudo intervenir en su muerte porque, había muerto dos años antes y ni siquiera los Obispos se pueden permitir esas licencias. El gobernador romano era pagano y, aunque Cirilo, pudo estar tentado en marimandearle, cosa que al parecer entusiasma a algunos Obsipos, incluso algo más que a todo el mundo, el hecho es que consta fehacientemente que fue obligado por el gobernador romano a someterse a las órdenes del poder civil.

3. De los cristianos cada cual puede pensar lo que quiera, entre otras cosas, porque como decía Chesterton, de los franceses, yo no los conozco a todos, aunque los que conozco en nada se parecen a los talibanes anabarianos; pero es de coña presentar a cristianos con cara de talibanes del siglo XX como si fueran una policía moral de las que hay en Irán o en Arabia saudí. El cristianismo siempre ha profesado una sabia actitud de respeto hacia el poder civil (que, en su doctrina, tiene su origen en el mismo Dios), lo que ha sido una de las razones de que haya sido acusado por el marxismo de contribuir a dormir al pueblo. Marx dijo de la religión que era el corazón de un mundo sin corazón, pero, desde luego, aunque Amenabar se empeñe, cuesta mucho creer que en algún momento los cristianos hayan sido la espada de un mundo sin espadas.

4. Sin duda que hubo conflictos en Alejandría, antes y después de Cirilo, pero, nadie le ha echado nunca la culpa a él ni de la muerte de Hipatia ni de otra cosa que no sea la extensión mediante la palabra y la polémica de lo que tenía por verdadero. Sus víctimas dialécticas fueron Arrio y Nestor, y se llevaba muy mal con Crisóstomo (San Juan, para la Iglesia). En cualquier caso, me parece tan absurdo echarle la culpa al cristianismo de las guerras alejandrinas, como echársela al protestantismo y/o al catolicismo de los problemas de Irlanda. Las guerras suelen tener causas más complejas que los dogmas religiosos.

5. Hipatia fue, al parecer, virgen, lo que no tiene nada de excepcional en un neoplatónico que, coherente con su filosofía, ejercía la sofrosine, es decir el dominio de sí mismo mediante el control de instintos y las pasiones, además de que ignoramos profusamente las cosas que le pasaron en sus seis décadas de existencia. Suponer que su virginidad implicaba un compromiso con una especie de feminismo es delirante, aunque así lo crean Amenabar o Rachel Weisz, quien al parecer, ha declarado que Hipatia se mantuvo soltera y sin hijos «para ser igual que un hombre y poder ejercer una profesión con plena dedicación».

6. Hipatia nunca fue directora de la Biblioteca de Alejandría, ni ésta fue destruida por unos supuestos talibanes cristianos. La biblioteca fue incendiada primero por Julio César, saqueada junto con el resto de la ciudad por Aureliano en el año 273, y rematada por Diocleciano en 297. Es verdad que en el año 391 fue destruido lo que quedaba del templo del Serapeo después de la destrucción por los judíos en tiempos de Trajano, y también del repaso que le pegó Diocleciano, quien, para conmemorar la hazaña, puso allí su gran columna, razón por la cual los cristianos lo destruyeron, ya que él era el símbolo de las persecuciones que sufrieron durante trescientos años. Pero lo que allí quedaba de la biblioteca era tan poco como lo que podía haber en otros sitios. El paganismo siguió existiendo en Alejandría hasta que llegaron los árabes. Y el neoplatonismo siguió floreciendo, hasta que lo recuperó el renacimiento occidental cristiano. San Agustín, coetáneo de Hipatia fue neoplatónico sin el menor problema para su fe, y el propio Santo Tomás de Aquino cita con mayor frecuencia a Platón que a Aristóteles. Nunca ha habido nada en el platonismo que pueda molestar a un cristiano, y menos aún en el siglo IV.

7. La amistad de Hipatia con el obispo cristiano Sinesio de Cirene está perfectamente documentada y, de hecho es la fuente más fiable sobre la vida de Hipatia. Sinesio, que no debió ser alumno de ella pues era de su edad, la considera una «divina filósofa» y la llama en sus cartas «madre, hermana, maestra, benefactora mía». Éste, desde luego, nada tuvo que ver en el asesinato, aunque sí se ha solido atribuir a una secta cristiana de seguidores de Cirilo que, me imagino, Cirilo condenaría enérgicamente (entre otras cosas porque en ninguna parte consta que fuera nacionalista, si se me permite usar bromas intemporales como la del director).

8. No hay base alguna para suponer doctrinas específicas a Hipatia, y roza el esperpento el suponer que se adelantó a Kepler, quien pudo llegar a lo que llegó, a la formulación de la hipótesis elíptica para la órbita de los planetas en torno al Sol tras años de duro trabajó con las magníficas observaciones astronómicas de Tycho Brahe. Puestos a atribuir a Hiaptia algnos descubrimientos no había razón para limitarse a Kepler y se le podían haber adjudicado, por ejemplo, algunos atisbos de mecánica cuántica. Los neoplatónicos, que era lo que parece fue Hipatia, no concedieron jamás ningún valor específico a la experiencia, y resulta casi cómico imaginar que pudieran dedicarse a hacer experimentos para confirmar la idea de estado inercial, un concepto que le resultó difícil hasta al propio Descartes. Ya dice el tango que 20 años no son nada, pero no son 20 sino 2000 los que se adelantó la Hipatia amenabarica. En comparación con este tipo de dislates, la escena del pañuelo manchado por la sangre del menstruo parece casi poética.

9. Lo que has hecho Amenabar es hablar de sus obsesiones; está en su derecho, pero es mala cosa utilizar la historia para colocar la ideología de preferencia. Hacer historia es muy difícil y ya se ve que lo de la memoria histórica le gusta a la izquierda más que aun tonto un lápiz: ya que el mundo no es como les gusta, que la historia lo sea.

10. La retórica de Amenabar es presuntuosa y patética. Esos planos de la tierra mostrando la pequeñez de los motivos religiosos mientras se escuchan sus profundas reflexiones en off son, desde luego, dignos de la demagogia fílmica de un Michael Moore, por citar a otro cineasta con un bagaje intelectual tan importante como el de nuestro Amenabar. En resumen, un cero para el fondo, un cero para la intención y apenas un 3 para el oficio porque la historia carece de cualquier dramatismo, no tiene el mínimo interés y ninguna intriga.