El concejal vomitón

El segundo de a bordo de Gallardón, que suele usar de delegados para casi todo, se ha despachado con unas amables y educadas declaraciones sobre las perversas intenciones de doña Esperanza Aguirre al propósito de no se qué agravio a don Rodrigo Rato, o así, que se ha entendido el insulto, pero no tanto el motivo.

Todos los madrileños sabemos muy bien lo delicado que es el señor Cobo, sobre todo con su señorito, de manera que si le han entrado vómitos debe estar pasándolo muy mal. Lo que no se entiende tanto es la música de fondo, porque no me negarán que es curioso que para despolitizar lo de Caja Madrid, que es el motivo de los retortijones de Cobo, esto es, de su señorito el alcalde, se hayan de sacar las dagas y los escupitajos. Tal vez sea para defender a Rajoy, al que nadie ha atacado, de momento. ¡Pobre Rajoy! Se podría decir de él, pero al revés, lo que dijo el novelista prohibido en Sevilla: “¡la de patadas que le van a dar a Franco en nuestro culo!” Pues eso, ¡la de defensores que tiene Rajoy sin que nadie se lo haya pedido!

Total, que entre los embrollos valencianos, las amenazas nada veladas de los socialistas, y de los del PP, en el ejemplar caso Gürtel, y los mareos del vicealcalde, la política se está poniendo de verdad atractiva para la gente decente. Como pudiera decir Anson: “miles de idealistas de todas las edades piden el ingreso en el PP”. Seguramente cuenta con ellos Cobo para que Gallardón gane el próximo congreso del partido, en Madrid o donde fuere. Ahora que la basura está barata puede ser su momento.

¿Quién manda en Caja Madrid?

Llegado el momento de la finalización del mandato de Miguel Blesa al frente de Caja Madrid, se discute mucho sobre la persona del próximo presidente. Al parecer quien tiene más posibilidades de hacerse con el cargo es Ignacio González, actual vicepresidente de la Comunidad, quien cuenta con un apoyo mayoritario de la asamblea que, de acuerdo con la legislación vigente, tiene la facultad de nombrar presidente. Parece lógico suponer que González cuente con el apoyo de Esperanza Aguirre, puesto que, además de ser su vicepresidente, son los partidos políticos quienes mayor fuerza tienen en la asamblea de la Caja, y el PP parece haber obtenido un pacto para apoyar esa sucesión con el apoyo del PSOE y de los sindicatos.

Así las cosas, cabría desear un mayor grado de independencia y de despolitización de la gestión de las Cajas, de manera que se pudiese escoger con facilidad a gestores idóneos, pero lo que no cabe, porque es de traca, es reclamar esa supuesta despolitización única y exclusivamente para este caso. Es absolutamente evidente que, mientras no se cambien las cosas, son las fuerzas políticas quienes, de una u otra manera, gobiernan las Cajas. Quizás fuere mejor privatizarlas, yo así lo creo, pero mientras sigan siendo el tipo de entidades que de hecho son, lo lógico es que sean las fuerzas políticas quién las gobiernen.

En el caso de la candidatura del señor González, que tiene tanta o más experiencia que la que en su día tuvo el señor Blesa, por ejemplo, para llegar al cargo, lo que se ha emprendido es una batalla para lograr que Caja Madrid se convierta en un poder absolutamente al margen del control de doña Esperanza Aguirre, lo que, sic rebus stantibus, carece de cualquier justificación.

Lo que ocurre es que el puesto de Blesa es muy goloso, y hay muchos que aspiran a hacerle un lío a doña Esperanza, a ver si no se entera y, puesto que es persona educada, se deja manejar al antojo de cuatro listillos, sin levantar mucho la voz. Me temo que no lo vayan a conseguir.

¿Quién tiene mayor legitimidad que la presidenta del PP para influir o decidir en esta cuestión, en la medida en que los políticos tengan que hacerlo? ¿Nos imaginamos al señor Rajoy pretendiendo pactar con ZP la presidencia de las cajas andaluzas o de las catalanas? ¿Nos imaginamos al alcalde de Barcelona diciendo que el presidente de la Caixa tiene que decidirse entre Zapatero y Rajoy? Pues cosas tan absurdas como esas se están diciendo estos días, aparentando una neutralidad encomiable y un desinterés más allá de cualquier duda. ¡Qué cara dura tienen algunos!

Yo creo que, efectivamente, habría que cambiar el sistema de control de las Cajas y, a ser posible, privatizarlas en todo o en parte para que entren seriamente en el mercado de servicios bancarios y financieros sin favoritismos y sin trapacerías. Pero pretender que eso haya que hacerlo con Caja Madrid y ahora, sin tocar a fondo el sistema, es de una hipocresía admirable, y supone despreciar olímpicamente la inteligencia y la voluntad de los madrileños y de nuestras instituciones; hay personajes que se han acostumbrado a eso, van de progres (¡pobrecitos!) por la vida, y parecen creer que el mundo se haya hecho para satisfacer sus caprichos. Hora es ya de que despierten y se dediquen a otra cosa.

Un sinfín de despropósitos

Es imposible superar la impresión de que parte del PP, con Rajoy a la cabeza, ha enloquecido. Es difícil cometer tantos y tan abultados errores en tan poco tiempo y con tan escaso motivo; no hay quien pueda empeorar la delirante desconexión entre Valencia y Madrid, unidad que se suponía pactada con la insólita reunión secreta de Alarcón. Es inimaginable lo que podría haber pasado sin un plan conjunto, visto lo ocurrido después de horas de reflexión.

El nivel de confusión ante la situación de Ricardo Costa es propio de comedia de enredo, de culebrón, es un escarnio de la democracia. Los implicados no parecen comprender en absoluto qué es lo que los electores esperan de ellos: patriotismo, honradez, capacidad de sacrificio, o liderago; ante tamaño despiste, se dedican a ofrecer al público dosis masivas de lo contrario: incoherencia, egoísmo, triquiñuelas y toda clase de memas excusas para acabar comportándose como una legión de pollos sin cabeza.

Es bien sabido que la coherencia no es uno de los valores mejor representados en la conducta de los políticos, pero el caso de Valencia supera con creces lo tolerable. No se ha sabido si hay o no secretario general, si ha dimitido o ha sido cesado, si hay algo que investigar o ya se ha investigado, si se trata de encubrir a alguien, en fin, no hay manera de saber qué demonios tienen en la cabeza la dirección nacional, el señor Camps o el señor Costa. Lo que sí sabemos es que nos pretenden tomar por tontos, pues se dedican a decir cosas absolutamente contrarias y pretenden que pensemos que están en perfecta armonía, que se han tomado medidas, al tiempo que no se ha hecho nada, que se iba a destituir a un secretario general y resulta que se le felicita.

Diré lo que piensa muchísima gente, aunque no se atreva a decirlo por miedo a perjudicar a su partido, por miedo a contribuir a que nuestra España pueda seguir por más tiempos en las mismas manos. Lo grave de verdad es que personas que debieran poner por encima de todo su deber con los españoles están dedicadas a tareas de alcantarilla. El caso Gürtel es una bomba de relojería que alguien ha sabido colocar bajo los débiles cimientos de este PP a la espera de que nadie supiera cómo reaccionar adecuadamente. De momento, han acertado de pleno, aunque no sea seguro que consigan su objetivo, destruir la alternativa al PSOE.

Es evidente que el líder del PP no ha sabido reaccionar con decisión y energía, y que acabará teniendo que hacer, con enorme coste, lo que debería haber hecho de inmediato con un desgate mucho menor. La limpieza tendrá que empezar por sus inmediaciones, no hace falta que vaya muy lejos, y, si no acierta a empezar por el lugar adecuado, no conseguirá nada, ni siquiera llegar vivo al próximo congreso del partido.

Panorama de podredumbre

El levantamiento, parcial, del secreto del sumario sobre la trama corrupta, montada entorno a algunos dirigentes del PP, deja a la vista un panorama de auténtica podredumbre, un verdadero camión de estiércol que caerá directamente sobre el PP si sus líderes, y todos los que no están afectados por esta clase de basura, no se apresuran a poner de patitas en la calle a cuantos aparecen implicados de una u otra forma en este lodazal.

El único capital del PP reside en sus votantes y no pertenece sino a estos. Nadie posee los votos del PP, salvo los mismos votantes. Ni Rajoy, ni Camps, ni nadie son dueños del PP; sin embargo, Rajoy, y otros muchos con él, sí es el responsable de que la organización política del PP se ponga al servicio de sus votantes, de sus ideas y de sus intereses, y, por ello, al servicio de España; esto supone una obligación dura de cumplir que es la de apartar de la manera más inmediata y decidida a cuantos aparecen implicados en este albañal. No hacerlo así, supondría un grave perjuicio para el PP, porque sus votantes tendrían derecho a pensar que no merece la pena esperar nada de un partido que no se sacude con convicción y con energía a la clase de individuos, codiciosos, estúpidos y corruptos que se muestran en esta trama. Es evidente que hay un cierto riesgo moral en condenar sin pruebas a alguno de ellos, por lo que, en su caso, habría que rehabilitarlos una vez que hubiere quedado clara su inocencia, pero ahora mismo es peor dejarse llevar por la presunción de inocencia que ponerla en suspensión ante los serios indicios aducidos en el sumario.

Hay personas muy conocidas que no deberían seguir un minuto más en el partido que, al parecer, les ha servido para granjearse relojes de lujo, miles de euros extra, o automóviles de regalo, a cambio de favores inicuos con pólvora del rey, a cambio de robar a todos, poco a cada uno pero a todos, justo lo último que se espera de alguien que aspira a ser un servidor público.

Los dirigentes del PP se enfrentan a una urgente necesidad de deslindar el grano de la paja y no debieran, bajo ninguna excusa, demorar el cumplimiento de una obligación desagradable pero benéfica, para que los militantes y los votantes del PP puedan seguir llevando la cabeza alta, sin tener la sensación de ser unos estúpidos que se esfuerzan para que cuatro mangantes mejoren su tren de vida. No ha de haber ningún miedo a que una limpieza, que debiera ser, si cabe, más excesiva que temerosa, pueda causar un daño al partido: lo que, en cambio, podría causar un deterioro irreparable en la confianza de los electores y en el sentido de su voto es la sensación de tibieza, que el PP se entregase, como hasta ahora parece haber hecho, a una campaña de autodefensa al servicio de quienes no la merecen.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Un panorama interesante

Tras los resultados de las elecciones europeas, el paisaje político se ha hecho más abierto, de manera que, ahora mismo, cualquier hipótesis tiene su valor. Si esto condujese a una mejora de la calidad de la política, sería una gran noticia, aunque también pudiera suceder que los grandes partidos persistan en su terca querella, vista, como se ha visto, una vez más, la fidelidad de sus respectivos electores, aunque con matices.

Estos días han menudeado los pronósticos basados en la hipótesis cíclica y en un entusiasmo, en parte fingido, de los partidarios del PP o, mejor aún, del PP de Valencia, como lo calificó Rajoy. No es sensato pedir a los protagonistas que sean suavemente escépticos, pero es ridículo tomarse estos pronósticos en serio. Al PP le queda, mucho trecho por delante, y al PSOE no le queda menos.

El PP, por lo pronto, debería pensar en que lo que le queda no es precisamente más fácil que lo que ha hecho hasta ahora. Es el PSOE quien ha logrado su desgaste, y el PP se ha limitado a no hacer todos los disparates que se le hubieran podido ocurrir. Ahora no va a bastar con eso, porque no es sensato suponer que un político tan imaginativo y poco escrupuloso como ZP vaya a asistir impávido a la demolición de su fortín. Es evidente que la ingeniería defensiva y los ataques selectivos sobre su enemigo, que han menudeado, no le han dado ni un pequeño porcentaje de los frutos que esperaba. Que una operación largamente meditada como la de Gürtel haya resultado un fiasco se debe, me parece, a la espectacular cacería de Jaén (esa que el ministro creía que había sido en Ciudad Real), de manera que ZP tendrá que vigilar más de cerca las veleidades de los suyos para que no se le escape el botín por boquetes tan enormes. Es posible que esta precaución se le convierta al presidente en una tarea realmente agotadora, porque suele suceder que, cuando se perciben amenazas a medio plazo, se incrementen las tentaciones sobrecogedoras. No es que este vaya a ser el único problema del PSOE, pero el descuido ha impedido la eficacia de sus ataques, y podría hacerlo en el futuro.

Suele decirse que las elecciones no se ganan, sino que se pierden, lo aunque también puede perderlas la oposición. El PP de Valencia deberá empeñarse en no perder, si es que no se atreve a intentar directamente el asalto a la fortaleza. En cualquier caso, el PP solo puede intentarlo si actúa entero, no dividido. Quienes crean que Rajoy no posee las cualidades que necesita un ganador, y no son ni pocos ni insignificantes, deberán poner a buen recaudo sus reticencias, porque nada será peor que perder por falta de unidad interna. Pero el responsable máximo de garantizar esa unidad, y el que más se juega con ella, es el presidente del partido. Rajoy deberá acentuar sus perfiles más abiertos y no practicar ninguna afinidad selectiva que pueda resultar dolorosa a sectores significativos e importantes de su partido. No es malo que el PP gane en pluralidad y en diversidad, y sería realmente absurdo no saber manejar esa riqueza. El valor más fuerte del PP es su electorado, que no distingue ni Valencias, ni Sevillas. El siguiente valor es la buena impresión de austeridad y buen sentido que suelen dejar sus gobiernos, y en eso también hay de todo. Solo los muy necios confunden la política con la trifulca interna.

El PP no debería confundirse de enemigo, tampoco hacia fuera, y el nuevo partido de Rosa Díez, cuyo éxito es absurdo minimizar, no debería ser visto como un obstáculo por el PP, en ningún caso. Será un obstáculo, sin embargo, si el PP se pierde indebidamente en particularismos o en vaguedades e incoherencias. UPyD ha realizado una etapa fundacional realmente brillante que ahora deberá confirmar con una serie de aciertos sucesivos. Solo se le recuerda un borrón en su actuación en el País Vasco, afortunadamente rectificada a tiempo, y, si se evita la sensación de apuntarse a un bombardeo que puede dar una líder tan activa como Rosa Díez, puede granar un partido muy importante para el bien de todos. Las últimas elecciones muestran claramente que UPyD es un factor muy positivo porque obliga al PP y al PSOE a pensar que hay vida más allá de sus cansinas invectivas.

El PP debería dejar de vivir a costa del Falcon o de las memeces de Bibiana y ponerse en serio a articular una propuesta de fondo para la sociedad española, algo que vaya más allá de un programa de ocasión encomendado al redactor de turno. Si el PP acierta a desplegar la energía y el pluralismo que supo desarrollar entre 1993 y 1996, la Moncloa estará en sus manos, pero no deberá olvidar que, incluso entonces, estuvo a punto de quedarse con la miel en los labios. Pese a lo que pasa en Europa, la izquierda española es todavía muy poderosa, se cree posesora de una moral superior y son legión los que siguen esa estela con devoción religiosa. Este es el panorama al que tendría que atenerse un líder con ganas, y es también el mapa en el que no debieran perderse quienes tengan ganas pero no lleven el timón.

[Publicado en El Confidencial]

El retruécano

Aunque tal vez  no tenga una gran formación retórica, está claro que ZP es aficionado a los juegos de palabras y, si no es él quien los cultiva, tiene un grupito de asesores que le preparan papelas la mar de ingeniosas con las que luce su aplomo en la tribuna. Eso que le dijo a Rajoy de no ser quien para dar lecciones porque lo suyo es perder elecciones es una cosa muy fina y muy ocurrente, además de que rima. 

ZP venera la sutileza que le parece, casi con seguridad, la parte más positiva en la herencia dialéctica de la lucha de clases que la izquierda ha debido abandonar, más que nada, porque resulta aburrido comer con los pobres cuando se puede cenar con los ricos y, encima, tenerlos con el corazón encogido, siempre a la espera de las dádivas presupuestarias. Además, a falta de buenos datos y de ideas originales, qué duda cabe que lo mejor es dar muestras de  ese ingenio florido que tanto veneran los españoles de a píe.

Cabe sospechar, sin embargo, que el presidente sea algo más que un aficionado a las frasecitas; algo hay en él que induce a creer en que es un solipsista del tamaño de un rascacielos. Lo razonable, dada su manera de afrontar los debates, o las hipotéticas crisis, es asumir que profesa vehementemente la creencia de que, lo que no se menciona, no existe en realidad. Su teoría es una variante de aquella afirmación, un tanto cínica, según la cual,  ya que no podemos cambiar el mundo, deberíamos, al menos, cambiar de conversación. Esa es, me temo, su arma secreta contra Rajoy: conseguir que el líder del PP se vea asociado con un aguafiestas, con una especie de cobrador del frac que, no en vano, va vestido con un aire relativamente fúnebre.

Frente a ese aire triste y amargamente realista, ZP pretende investirse de una gaya conciencia, ser amigo de las finuras y el cinismo suave. Cree que los españoles no son pasotas, sino escépticos, y siempre van a preferir a un humorista capaz de hacer un chiste en un funeral que a un contable que trabaja hasta los días en que hay partido.  En consecuencia, ZP se ha deshecho de personas tristes y taciturnas, como Solbes, y se recrea con la compañía de mujeres alegres y faldicortas, aunque la verdad alguna no está ya para muchos trotes, pero eso son minucias cuando se tiene voluntad de juerga y de pasarlo bien.

Pero ZP no se confía solo al efecto de las sutilezas sino que, a Dios rogando y con el mazo dando, se trabaja bien el apoyo de la artillería mediática, en espacial de las teles, tan divertidas, y tan predispuestas a las buenas noticias. La hormiga lo tiene crudo en su enfrentamiento con la cigarra. A Rajoy no se le ocurren frases ingeniosa sino cifras contundentes y eso resulta áspero y reiterativo, cree ZP. Algún día hará una variante de “mi reino por un caballo”, pero puede que se quede con ambos, por el asombro que produce su facundia y su imperturbable sonrisa. 

[Publicado en Gaceta de los negocios]

El bunker de ZP

El presidente de refugia con los más íntimos, con gentes proclives a la adulación. Deglute, con dolor,  el enorme desengaño de las últimas batallas, una derrota sin paliativos y una victoria pírrica. Se ha encerrado en su bunker y el mundo exterior se le antoja cada vez más ingrato e incomprensible. José Luis Rodríguez Zapatero se ve en el inicio de un declive irrefrenable, como siempre corresponde a un designio desmesurado. 

Sobre el verdadero carácter del presidente, discrepan las fuentes. No teniendo la suerte de conocerle, tiendo a considerarlo como una variante moderadamente peligrosa del iluso, como a hombre de escasas lecturas y audacia sobrada, que acaba por confundir el mundo con sus fantasías. Nada que ver con el Quijote, con el que guarda, únicamente, la analogía ridícula y del que no parece tener ni la generosidad ni la grandeza. Creo que es un espécimen de político sin apenas mundo que abunda también en el partido rival y que, cuando, como ha sucedido, se abre paso hasta la cumbre, gracias a sus habilidades en el regate de patio, puede llegar a ser realmente peligroso. 

Hasta hace muy poco le cubrían los laureles de victorias insólitas. Pero, de manera para él impensada, empezaron a fallarle rápidamente las ocasiones. Su empeño en negar la crisis feroz que se nos venía encima le ha supuesto un coste de credibilidad francamente irrecuperable. El fracaso de sus divisiones en dos batallas en las que el enemigo parecía dividido y al borde de la extinción le han dejado perplejo. Seguramente no puede dormir, no por el recuerdo de los parados, sino porque no ve salida  fácil a la situación en la que ha caído. Solo el bunker parece seguro, y tampoco las tiene todas consigo respecto a la fidelidad de los oficiales de mayor rango que pudieran estar pensando en soluciones distintas a la fidelidad ciega. No le convendría leer Walkiria, ni siquiera ver la película. 

Es muy dramático que, quien fue capaz de imaginar un panorama de regeneración democrática de la izquierda abertzale y se veía con los laureles de pacificador, se vea ahora en la necesidad de pactar con su enemigo de fondo, con esa derecha que, más allá de las formas, desprecia. Como Peces Barba, que ha sido muchas veces su mentor, piensa que cualquier victoria de la derecha es una derrota de la democracia con la que sueña, de todo cuanto cree. Con el mismo esquema de cualquier fundamentalista, cree que fuera de su izquierda no hay salvación, ni dignidad, ni derecho. 

Y eso le está pasando a él;  cuando creía que el PP se merendaría a Rajoy y entraría en una imparable dinámica destructiva, resulta que le gana en Galicia  y que convierte los resultados del País Vasco en una encrucijada infernal que le aparta fatalmente de los planes originales, fruto dilecto de su inspiración, pero primorosamente dibujados por su Estado  Mayor. 

No puede contar con nadie. En su gobierno se siente rodeado de dimisionarios y de una coya de voluntaristas que, en el fondo,  le dan un poco de grima. Los más valientes le advierten de que tiene que cesar en el maquillaje de los datos y de que la opinión empieza a tomarse a broma sus pronósticos.  Se siente rodeado. Tiene que afrontar un sinfín de desastres. El fallo de sus planes de fondo es clamoroso y ya no puede ocultarlo a nadie. Siente que no le quedan fintas y que una legión de burlados esperan el momento de pasar factura. Las previsiones bienintencionadas de los estrategas a su servicio fallan de manera estrepitosa y el público, hasta ahora fiel y entregado, se le pone de frente o de perfil, no le escucha.  El ambiente externo es extremadamente hostil, descontando incluso las iras de sus enemigos irreductibles.  Solo es seguro el refugio y habrá que extremar las cautelas. 

Parece que nuestro presidente se ve a sí mismo de manera muy positiva y se considera un hombre de suerte, pero los giros de la fortuna le están dando la espalda: la dichosa cacería de un ministro de pesadilla, y las insólitas revelaciones sobre la ligereza del justiciero universal, han puesto acíbar en sus heridas. 

A quienes le recuerdan las cuestiones pendientes los fulmina, mientras reclama calma en un ambiente de franco pesimismo, de derrotismo incluso. El ejército de Cataluña va descaradamente a lo suyo olvidando el patriotismo de partido y el mariscal vasco no quiere oír de otra cosa que del sillón vitoriano, al precio que sea. Los comandos especiales se han detenido en posiciones neutralizadas  y no representan más que gastos y desdichas. 

El panorama que se adivina desde la guarida del zorro es muy poco estimulante. Son muchos los que esperan que sepa dar la vuelta a esta situación, los que confían en su legendaria cintura. Algo tendrá que hacer, pero en su intimidad se ha producido una ruptura sumamente dolorosa: la que marca el fin del espíritu de conquista y anuncia el inicio de la resistencia vulgar, la búsqueda de una salida no completamente indigna que, tal vez, ya no esté en su mano.

[publicado en El Confidencial]

Qué PP

Las elecciones en Galicia, y en el País Vasco, con matices,  han colocado al PP en una posición ganadora si el PSOE fuese a continuar sus políticas. Lo razonable es pensar que sus estrategas van a poner otras cartas sobre la mesa y que el PP deba jugar sus triunfos de manera ligeramente distinta. Para empezar, una cosa que podría sugerirse, aunque muy probablemente el PSOE lo rechazaría, es un pacto de fondo para ayudar a Patxi López en el País Vasco y para conseguir que el gobierno de ZP empiece a hacer algo distinto y serio contra la terrible crisis económica española.  Si los partidos pensasen más en el interés de los españoles que en la defensa inmediata de sus intereses, la cosa no sería descabellada y mejoraría la cultura política del público. 

ZP ha superado ya su nivel de competencia y, se ponga como se ponga, la física política le lleva hacia el declive; naturalmente tratará de zafarse y su éxito va a depender de la habilidad política del PP. Algunos pueden creer que al PP le bastará sentarse a su puerta para ver pasar el cortejo fúnebre del enemigo, pero se equivocan. 

Los estrategas del PP deben afinar el punto de mira y hacer buen recuento de sus efectivos para evitar ineficiencias en la estrategia de largo plazo. La autoridad del líder es esencial, pero no es un don que se alcance a base de errores o de gestos autoritarios sino, por el contrario, a base de iniciativa, de solidez política y de trabajo. El PP es un partido plural que sufre innecesariamente por el temor tradicional de sus líderes a articular esa orquesta política. Es muy fácil la tendencia fraguista de bronca e insulto al discrepante y al que parece poco dócil, una actitud quizá explicable en un contexto autoritario pero insensata en un escenario liberal. 

La fuerte tendencia al alza de UP y D debería servir para que el PP no se confundiese respecto a su propia ubicación y para que dejase de aplicar plantillas equivocadas al análisis político y estratégico con la disculpa absurda de que hay que reinventar el partido. La política es siempre reinvención, pero cuando se emplea retóricamente ese análisis como muestra de originalidad se emite una señal evidente de incapacidad y de pereza. 

Si se mide la solidez del PP por la fortaleza de sus votantes hay PP para rato y ni siquiera los aprendices de brujo podrán acabar con ella. Toda operación política que pretenda éxito es una ampliación de capital, algo que difícilmente puede conseguirse dejando de ser lo que se es y que, por el contrario, hay que alcanzar mejorando la eficacia de las acciones, la selección de los dirigentes, la ampliación coherente del espectro interno, la audacia y la pertinencia de las propuestas políticas. Es el líder quien se lucra de estos aciertos, nunca al contrario como parecen creer los aduladores. 

Un balance complejo

Las elecciones en Galicia y en el País Vasco muestran que la política española, que tiende frecuentemente a perderse en bizantinismos, se vuelve de vez en cuando interesante… gracias al concurso de los electores. Las cosas son ahora mismo muy distintas de lo que eran la semana pasada a consecuencia de las urnas. 

Zapatero, como los toreros que demoran indebidamente la suerte suprema, ha recibido su primer aviso. Galicia ha inaugurado una costumbre que hay que suponer prometedora: que los nacionalismos pierdan el poder  por voluntad expresa de los electores. El País Vasco podría ser una reedición de la fórmula, pero ya veremos. En cualquier caso, a Zapatero se le complica enormemente el panorama político en un momento en el que la situación económica es escasamente proclive a rendirse a sus encantos. A partir de ahora, su mano izquierda ha de estar muy atenta a lo que haga la derecha y, no le será fácil mantener determinados equilibrios. Si logra convencer a Patxi López de que se refugie con el PNV debajo de una boina, tendrá serios problemas en el resto de España y, si no lo hace, comprobará hasta qué punto está escaso de escaños en el Parlamento nacional. Podríamos estar a las puertas, incluso, de unas elecciones anticipadas. ZP tendrá que meditar y es evidente que eso no se le da tan bien como repartir sonrisas, de manera que lo pasará mal. A los cinco años de gobierno pudiera estar iniciando un declive irreversible. 

El PP ha podido respirar con tranquilidad y mostrarse satisfecho, pero no debería confundirse, porque las buenas noticias de Galicia se deben matizar con la pérdida de 60.000 votos vascos, lo que, sin constituir un desastre absoluto, da para pocas alegrías. En Galicia ha ganado un candidato nuevo que ha hecho una gran campaña con ayudas inestimables de quienes han apostado por él, y está obligado a hacer las cosas muy bien en el futuro, sin las ambigüedades galleguistas del PP más caciquil y sin ninguna clase de complejos. 

El PP ha podido comprobar también que la campaña en su contra no solo ha fracasado por la intemperancia de un ministro mal encarado y la impavidez de un juez de apariencia escasamente independiente, sino porque el público sabe distinguir, y en esto de la corrupción rige el principio de que más obran quintaesencias que fárragos, más vale un Audi de Touriño y un paseo en yate del come-homes radical, que una maraña de conversaciones casuales de la época del pleistoceno, desveladas con cuentagotas por el diario amigo en un alarde de periodismo investigador de la mejor calidad. Los estrategas del acoso al PP han conseguido lo contrario de lo que seguramente se proponían: ni han hundido al PP, ni han conseguido que la pelea interior alcance proporciones homéricas, más bien al contrario. 

Mariano Rajoy ha recuperado espacio de maniobra y un margen de credibilidad, pero no debería regresar al dolce far niente con el argumento de que la travesía es larga. Sus adláteres podían aprovechar la oportunidad para precisar el punto de mira y evitar los disparos sobre las tropas amigas que solo sirven, cuando no causan bajas y cabreo, para que las huestes se dispersen. El PP es un partido plural y creer que la ocupación de Génova sirve para tener una autoridad indiscutible es un error grueso. La autoridad se gana venciendo, no es algo que pueda heredarse y Rajoy ha dado ahora un primer paso que debería confirmar ejerciendo su liderazgo con más diligencia, con mayor diálogo y trabajando más y mejor para poder contar con los mejores y con todos los demás, sin olvidar a ninguno. Necesita reforzar su equipo y desprenderse de quienes le han sugerido los malos pasos del pasado, ese intento un poco cutre de reinventar un PP supuestamente amable e inevitablemente destinado al protectorado de ese proyecto de PRI mansamente dirigido por gentes tan exquisitas y educadas como Rubalcaba, Blanco o ZP. 

La aparición de UP y D en el Parlamento de Vitoria es una buena noticia política y debería servir para que el PP no olvidase cosas que absurdamente parece quieren olvidar algunos de los listillos que  se han sentido llamados a reinventar un PP a gusto de sus adversarios. La mayor debilidad de Rajoy ha residido en esa especie de inconfesada dependencia de las baronías regionales, en el apoyo de esos que no le dejaron irse a su casa cuando, al parecer, quería hacerlo. El PP no puede ser un partido hecho de retales, no puede confederarse de hecho porque al noventa por ciento de  sus votantes, que aman como cualquiera  las peculiaridades, reales o inventadas, de su patria chica, lo que les importa es seguir siendo españoles y, presumir de serlo, preferiblemente cuando haya motivos para ello. Los votantes del PP han dado ya muestras variadas de que son lo más sólido e importante que tiene ese partido, los únicos que pueden exigir a sus líderes que trabajen con ambición, con unidad  y con esperanza por una España próspera, por una sociedad libre y equilibrada con la que todos sueñan. 

[publicado en El Confidencial]

Jugar con Internet o tomarse la democracia en serio

Ahora resulta que El PSOE golea al PP también en Internet. Leo en la Gaceta de los negocios un estudio sobre el uso de las páginas web, los buscadores,  las redes sociales y un cierto etcétera, en relación con los dos partidos que concluye con ese dictamen. También leo, en varios lugares, que Rajoy piensa convertirse en el Obama español y que para eso se ha agenciado la colaboración de un grupo de expertos (alguno de los cuales da mucha risa) con el fin de ponerse a la tarea.

No quiero engañar a nadie: ¡ojalá lo consiga!, pero me temo que, en esto, como en tantas cosas, suele ser inútil por completo querer arreglar la fachada del edificio sin ocuparse de los desequilibrios y problemas estructurales que la llenan de grietas. 

Los votantes del PP se preguntan muchas veces, sin duda, por las razones que hacen que su partido, salvo las escasas excepciones que están en la mente de todos, tienda a perder las elecciones más allá de la frecuencia que sería razonable vista la composición de la sociedad española. El diagnóstico está hecho y es rara la unanimidad de los analistas al respecto, de manera que lo que empieza a resultar intrigante es la inusual habilidad de los cabecillas del PP (de muchos, aunque no de todos ni siempre) para comportarse de manera inadecuada. En mi opinión personal, el error de análisis que precedió a la derrota de las últimas generales fue de los que hacen época, porque el sesgo que hizo ganar a ZP es más simple que el mecanismo de un chupete. Nunca he logrado adivinar a qué se dedican exactamente los que asesoraron a Rajoy en esa ocasión en que, al parecer y por una vez, sí se estaba jugando algo. Pero bueno, eso es ya historia, es decir aquello que desprecian los que se obstinan en ser más listos que la realidad.

Volvamos a Internet y a preguntarnos por las razones de esa diferencia. En primer lugar, habrá que considerar que la edad es un factor importante: los más jóvenes son más navegantes y, grosso modo, es un hecho que están prefiriendo a Zapatero. No entraré en este asunto que merece, por lo sorprendente, análisis aparte. Tiendo a pensar, sin embargo, que la sola variable de la edad no sea suficiente.

Otra variable creo que podría ser el grado de pericia tecnológica de los dirigentes y los asesores, pero me parece que ese es un factor que debiéramos desconsiderar porque por malo que sea el nivel de Rajoy  y los suyos no parece fácil superar el nivel de impericia del que ha dado muestras ZP en una entrevista reciente. Por lo demás, González Pons, que me parece que algo tiene que ver con esto, sí es persona competente y capaz de orientarse en estos asuntos, o, al menos, lo era.

A mi entender, la verdadera causa del desaguisado es que los militantes y simpatizantes del PSOE se sienten más motivados que sus pares  del PP porque su partido es relativamente más permeable, primera razón, y, en segundo término,  porque cada uno de ellos se juega más en el triunfo de su partido. Lo primero me parece evidente. El PP presume de tener cientos de miles de afiliados pero o bien no sabe aprovecharlos, para lo que bastaría con no querer que la competencia interna sea fuerte, lo que es un deseo muy razonable en los bien colocados, o bien los militantes y los simpatizantes saben que no cuentan realmente para nada y tratan de no sufrir más de la cuenta intentándolo en vano.

Internet representa un tipo de apertura que el PP está muy lejos de poder representar, de manera que los intentos de la maquinaria por simular mayores cuotas de participación conducirán inevitablemente a lo contrario.  Internet no es ya una imagen, sino una realidad bien granada en la que se mueve a su gusto la parte más dinámica y responsable de la sociedad española. De nada sirve tratar de engañar a este tipo de gente a la que su experiencia navegando le ha hecho capaz de buscar eficazmente lo que merece la pena y le ha enseñado a pasar ampliamente de las meras fachadas, de los simulacros. 

Un partido que evita el debate interno, que simula los congresos, que privilegia insensatamente los mecanismos hereditarios y que hace todo lo posible para designar desde arriba a los que habrían  de elegir desde abajo, está condenándose a ser un partido con muy escasa movilidad, con menos reflejos que la Cibeles, como diría un castizo.  El PP necesita tomarse en serio la democracia no solo hacia fuera sino, muy sobre todo, hacia dentro y, mientras no sea capaz de hacerlo en serio, seguirá fortaleciendo la impresión de que es un partido que ni se fía de los ciudadanos ni se gobierna democráticamente, de modo que seguirá sin ser capaz de merecer directamente el voto de la mayoría. 

Las últimas orientaciones estratégicas del PP, seguramente tomadas con la mejor intención, dan la impresión de que los dirigentes ya no se fían tampoco de las ideas que les dieron el poder hace casi quince años y que andan a la espera de que se produzca el abandono de los votantes socialistas, por otra parte extremadamente lógico. Pero se equivocan de medio a medio si piensan que esos desencantados van a votar una versión oportunista y acomplejada de la derecha porque siempre verán en ella no a un manso cordero, sino a un lobo cobarde, pero peligroso. La batalla hay que darla muy de otra manera, no disimulando sino convenciendo y para eso hay que ser, para empezar, ejemplar. 

El PP tiene que empezar a creer en serio en la democracia y eso significa apostar de manera efectiva por el debate de ideas y por la nitidez ideológica, de cara al exterior, y, hacia dentro, por un partido abierto en el que la gente de valía pueda  progresar sin necesidad de inclinar a todas horas el espinazo ante el que se encuentra momentáneamente arriba. El Obama que dicen andar buscando no saldrá de simular el empleo de Internet, sino de tomarse en serio la libertad, el debate de ideas y  la democracia.   

[Publicado en El estado del derecho]