Las patadas a la lengua

Los españoles hablamos cada vez peor, y me incluyo. La cosa no sería preocupante si no supusiese un desprecio por la finura del pensamiento, una cualidad que perece irremisiblemente perdida con la abundancia de patadas a la lengua que todos recibimos en la cabeza. Alguna vez me he propuesto hacer una especie de registro sistemático de esas agresiones, pero, además de carecer de la debida autoridad, la tarea se me ha antojado infinita. Me subo por las paredes, y perdón por la frase hecha, cuando escucho o leo, menos frecuentemente, a alguno de nuestros maestros de conciencia, los periodistas, los tertulianos, los políticos, los catedráticos, decir barbaridades o meras tonterías. No puedo apartar de mi cabeza que quien así habla, así pensará. Lo que me trae verdadera preocupación es comprobar que, en ocasiones, estoy de acuerdo con lo que el bárbaro de turno ha creído decir: caigo entonces en profundas cavilaciones preguntándome si mis ideas no serán tan torpes y desaliñadas como sus expresiones. En suma, es un tormento para cualquier persona mínimamente instruida, es decir, de alguna edad, porque he comprobado que los jóvenes carecen ya de la menor sensibilidad en esta clase de asuntos. Seré que soy más mayor que ellos, como decía anoche uno de esos filósofos radiofónicos que van por el mundo predicando las luces. A este mendrugo, perito en exageraciones, no le bastó con decir que era mayor que sus contertulios, todos ellos mozalbetes, sino que hubo de enfatizar, según su costumbre, para proclamarse más mayor. Escuchar esa precisa memez fue para mí como recibir un latigazo, porque, para mi desgracia, tiendo a creer que coincido, aunque no siempre, con las opiniones que manosea el mastuerzo.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Una liga en defensa del subjuntivo

Una de las ventajas de vivir en esta época es que abundan los defensores de la cultura; es delicioso convivir con gentes tan generosas, esforzadas y ejemplares. Uno, que es mal pensado, tiende a sospechar que, en ocasiones, detrás de estos paladines culturales se puedan ocultar algunos lobos recaudatorios y subvencionales, pero ese es un mal pensamiento que rechazaré con toda energía, no vaya a ser que se me tome por enemigo del maná.

Como hay tanta gente empeñada, por ejemplo, en defender a la industria del libro y su monopolio  lector, estoy seguro que muchos de ellos se unirán a  la noble causa que propongo, que, además, está perfectamente protegida de cualquier sospecha de venalidad o de interés inconfesable.

¡Señoras y señores!: el subjuntivo se muere, y es muy probable que fuese bueno hacer algo por evitarlo. En aras de una economía expresiva y de   no sé muy bien qué más, el subjuntivo desaparece de nuestros textos, y no digamos de nuestras hablas, a una velocidad pasmosa. Pronto serán mayoría quienes ni siquiera lo entiendan.

No sé si estamos a tiempo de evitarlo y comprendo que hay causas mayores, como, por ejemplo, la del libro de papel y la del cambio climático, amén de la alianza de civilizaciones, sin ir más lejos, pero como lo del subjuntivo está, teóricamente, al alcance de la mano, bien pudiéramos intentar un salvamento de última hora.

Ya sé que no soy quien cómo para decir a los demás cómo deben hablar y escribir y, además, no estoy muy seguro de predicar eficazmente con el ejemplo, pero háganme caso e intenten emplear el subjuntivo la próxima vez que sean capaces de pensar en algo que esté más allá de lo inmediato, que sea capaz de sugerir posibilidad, irrealidad, duda, deseo, tal vez fantasía. No iniciaría esta campaña si no creyese que fuera posible. Acaso merezca la pena.