Consejo General el Poder Judicial

Aprovechando que el Pisuerga pasaba por Valladolid, el Gobierno se ha apresurado a atar mas corto a los jueces, tal vez movido por la envidia de cuanto ocurre en Cataluña. Su disculpa es que el PSOE considera innegociable la designación parlamentaria de los vocales del CGPJ, pero hay que preguntarse las razones que el PP pueda tener para renunciar a ejercer su mayoría absoluta, como hizo el PSOE en su momento en este particular asunto, cargándose lo que sugiere la Constitución. La respuesta es simple, el mangoneo es mayor. Los partidos interpretan el que la Justicia emane del pueblo como que la Justicia es patrimonio de los partidos. En España no hay demócratas ni liberales, hay autócratas ligeramente moderados por una campaña de imagen que empieza a desvanecerse. 

Una triple

Que el resultado del triple proceso a Garzón iba a revestir la forma de un compromiso parecía estar fuera de duda, y así parece haber sido. Había que condenar y se condena; había que no quemarse, y se ha evitado el fuego; era peligroso tocar algunas coas, y se han evitado. Un gran ejercicio, pero un sabor algo estomagante para paladares con pretensiones. Bien hará el español de a píe, la inmensa mayoría, en no pensar que a él pueda sucederle tamaño prodigio: se ha restablecido el orden, pero la justicia puede esperar. 
Smartphones y su venta

Garzón busca salidas



El señor Garzón, que no sabe estarse quieto y, mucho menos,  esperar pacientemente a que se le juzgue con calma e imparcialidad, da la sensación de estar pensando en ofrecerse como líder indiscutido de esa multitud de indignados que parece estar dispuesta a estar contra todo, menos contra lo que tenía que estar. Indignados & Garzón podría ser una marca con tirón electoral, aunque a la postre no vaya a servir para otra cosa que para buscar la inmunidad que pudiere proteger a este pintoresco aventurero con el manto de los electos. Garzón, que ha demostrado más allá de cualquier duda su enorme excelencia en los procesos en que se la ha consentido ser juez y parte, debe temer como a un nublado la mera posibilidad de que jueces de verdad le acaben poniendo en su sitio. Como mago que es del intrusismo oportunista trata de encabezar un movimiento que justifique sus yerros como un exceso más de los indignados.
Solo así se entiende el elogio de los indignadanos que acaba de perpetrar en la prensa más adicta. Su texto es un ejemplo estelar de prosa laudatoria, de halagos a gente que supone no ha leído ni a Esopo ni a Samaniego, y a la que no se le alcanza que el elogio al pico de oro del cuervo pueda ocultar la zorrísima intención de quedarse con su queso. “Señor bobo, / pues sin otro alimento, / quedáis con alabanzas / tan hinchado y repleto, /digerid las lisonjas / mientras yo como el queso. / Quien oye aduladores, / nunca espere otro premio”.
Sin vergüenza alguna, ha compuesto una pieza que no se sabe si produce mayor pena por su pésimo estilo, o por la endeblez de sus razones. Pero el propósito resulta tan obvio que no se recata en formularlo en clave  poética: “si bien es cierto que, como dice el aforismo africano, el desierto se puede cruzar solo, es más seguro y fiable hacerlo acompañado”. Garzón ofrece un camino de salvación a la alegre muchachada para que le acompañe en su búsqueda del Grial de la inmunidad, para llegar a esa posición en la que ni siquiera un juez de la horca, como los del viejo oeste, pudiera ponerle la mano encima.
Lo que más asombro produce es la confianza de Garzón en que los indignados le identifiquen sin apenas vacilación como uno de los suyos, tan enemigo del capital como del despilfarro, un incorruptible, a prueba de comisionistas, un tipo sencillo, discreto, sin afán alguno de protagonismo.
Tal vez recuerden los indignados como ha tratado de tu a tu al señor Botín, “Querido Emilio”, sin abajarse a tener en cuenta ni la grandeza ni el poder del banquero, instándole muy dignamente a pagar un curso en defensa de los afligidos, y sin reparar en que el banquero tuviese un asuntillo de su entidad en su juzgado. ¿Cabe mayor ejemplo de decencia?
Tampoco dejarán de notar los más avispados de los indignadanos la flexibilidad del señor juez para condenar o liberar de las mismas penas y por los mismos casos a las mismas personas, en horas veinticuatro, con solo una ligera variación de la dirección del viento político. Eso es un líder, deberán pensar, porque,  como decía  el verso quevediano, Garzón sabe muy bien que si quieres que las gentes te sigan, “ándate tú delante dellas”.
Garzón muestra ser un gran pensador, no un simple oportunista, y eso es algo que los chicos acampados necesitan de forma inmediata. Garzón advierte, que nadie se llame a engaños que “el siglo XXI ha revolucionado (sic) para siempre los viejos mecanismos de participación política”, y que, pase lo que pase, ahí estará él para dirigir lo que fuere.

El jueves declarará Garzón

Menudean los actos de apoyo al juez Garzón, entre sus incondicionales, que los tiene. Seguramente sentirán un grave quebranto al contemplar cómo un juez, que juzga conforme a prejuicios y sentimientos nobilísimos que debiera compartir cualquier ser humano decente, es decir de izquierdas a su modo, pueda ser sometido a la humillación de comprobar si sus criterios de actuación son compatibles con la lógica normal y/o con la letra de la ley.
En el caso de Garzón todo son presunciones a su favor. ¿Cómo iba a estar seguro Garzón de que Franco estuviese muerto? ¿Cómo iba a saber Garzón que mentes sucias irían a relacionar su tratamiento del caso de un banquero, del régimen por más señas, con el hecho de que le hubiese solicitado unos modestos estipendios para impartir lecciones de justicia universal en tierra de infieles? Yo me atrevo a sugerir que la carta de Garzón a Botín no fue redactada por él, sino, si acaso, por alguno de los funcionarios que merodean en su entorno, totalmente incapaces de suponer que nadie pudiera leer ese texto con malicia, dada su inocencia indeleble. Garzón la firmó como firma tantas providencias a lo largo del día. Visto de otro modo ¿quién puede pretender que un juez como Garzón viva en Nueva York con solo el sueldo de Madrid? ¿Acaso no resulta razonable y normalísimo que la Universidad le ayudase? ¿Acaso resulta inusual que las universidades de Nueva York busquen ayuda en financieros españoles? ¿Qué son 320.000 dólares, que se sepa, para un profesor tan extraordinario? ¿Quién puede sospechar de un mecenas tan desinteresado como Botín que destina gran parte de su presupuesto a ayudar a toda clase de conferenciantes?
Esperamos que cosas tan evidentes resplandezcan con el debido fulgor el jueves, y en los siguientes días, pero, por si acaso, que los compañeros no flojeen en la campaña de concienciación de la justicia, garzoniana, por supuesto.

Parábola del juez valiente

El señor presidente del gobierno ha hecho un elogio público de la valentía del juez Garzón en la lucha contra ETA. Digo yo que ese elogio, viniendo de quien viene, vale su peso en oro. Porque ¿quién la negaría a ZP ser una autoridad en materia de valor y de cobardía?, ¿habrá que recordar cómo retiró las tropas de Irak?, ¿hemos olvidado sus valientes negociaciones con ETA, en las que el juez campeador también le echó una mano?, ¿acaso no tenemos a la vista sus bravas exigencias a Chavez?

Que Zapatero te llame valiente es algo muy grande, y creo yo que los jueces del Supremo deberían de pensárselo dos veces, aunque, ahora que lo digo, ¿para qué necesita un juez ser valiente? Pues sí, para ser juez en España se necesita valor, y pronto vamos a verlo.

Lo que no debiéramos olvidar, en cualquier caso es que se juzga a Garzón por asuntos que poco tienen que ver con la valentía. ¿Es valiente Garzón por escribir de su puño y letra al amigo Botín, ¡qué nombre para un banquero!, para pedirle unos dólares? ¿Es valiente Garzón por saltarse los límites de lo permitido para investigar a unos delincuentes, presuntos, por supuesto, aunque menos por tener amigos del PP? ¿Es valiente cuando pretende investigar algo sobre lo que se han escrito más de 15.000 libros, y sobre lo que ha legislado, en sentido contrario a sus intenciones, el Parlamento?

Orwell podría haber mejorado sus hirientes paradojas sobre la igualdad de haber conocido la peripecia penal garzoniana. Su conclusión pudiera haber sonada así: “Todos los jueces son iguales ante la ley, salvo que el juez sea un valiente, según el presidente del gobierno”.

Garzón se salta las garantías

Entre las muchas corruptelas y actos delictivos que resplandecen en lo que se ha ido sabiendo del sobreexplotado caso Gürtel, no debería pasar inadvertido un hecho, que pudiera ser considerado delictivo, y que, en cualquier caso pone en cuestión la nulidad de buena parte del sumario por su insólita gravedad. Al parecer, el juez Garzón, decidió grabar conversaciones privadas entre algunos de los procesados y sus abogados. De ser cierta esta noticia, Garzón habría violado de manera flagrante el marco jurídico que da sentido al derecho de defensa. Tal vez cupiera pensar que el juez Garzón, que, por ejemplo, no se mostró muy cierto de la muerte de Franco, desconozca la legalidad al respecto, pero no parece que una excusa de este jaez pueda servir de mucho, ni siquiera en beneficio de Garzón, un magistrado que pisotea los bordes de la legalidad con la aparente disculpa de ser un profesional ligeramente chapucero.

Afortunadamente, los abogados no han permanecido en silencio frente a la revelación de semejantes irregularidades que han obtenido la repulsa del Consejo general de la abogacía, mientras, tanto el Colegio de Abogados de Madrid, como los profesionales afectados, han anunciado que presentarán querella contra un juez que podría empezar a coleccionarlas, lo que resulta sobremanera llamativo. Se trata de un asunto ante el que el Consejo general del poder judicial tampoco debiera permanecer al margen, aunque eso pudiere suponer algún disgusto a los que habitualmente se erigen en defensores de las irregulares peculiaridades del famosísimo juez.

La doctrina según la cual todo vale con tal de hacer Justicia es, además de muy peligrosa, enteramente ajena a cualquier régimen democrático, y se da de bruces con nuestro sistema jurídico que es absolutamente garantista. Es muy probable que se hayan de modificar o pulir algunos extremos del garantismo, mas esta no es tarea que pueda dejarse al arbitrio de un juez que, audazmente, sea capaz de colocarse por encima de la ley con tal de conseguir tales propósitos. La conducta que pueda estimarse ejemplar en un aventurero romántico no puede servir de plantilla para un juez, cuya obligación no es la obtención de discutibles objetivos, sino la administración de justicia con respeto a las garantías que protegen a los imputados y que, en último término, se fundan en su derecho constitucional a la presunción de inocencia. Ni siquiera en el caso Gürtel, cuya podredumbre lleva espantando desde hace largos meses a los españoles decentes, puede un juez, y tampoco Garzón, tomarse la justicia por su mano.

En fin, parece que puede haber llegado el momento de que, quien actúa como si desconociese por completo normas procesales relativamente elementales, llegue, finalmente, a conocer su existencia y a valorar su importancia, defendiéndose de los graves hechos que se le imputan. Esperemos que la Justicia sepa ser siempre ciega, especialmente ante casos que seguramente puedan obnubilar a más de uno.

España, al pairo

En este verano de incendios grandes y turismo menguante, de sequía informativa e inanidad política, es bueno reflexionar unos minutos sobre nuestra situación en el mundo. Adelantaré el diagnóstico de un amigo bastante viajado: estamos como con Franco, al pairo y en medio de ninguna parte. Ya sé que vamos a presidir la Unión Europea a partir de enero, pero ¿quién sabe qué país ostenta la presidencia ahora? No nos engañemos, la política del gobierno en materia internacional apenas supone una ligerísima variación de la política exterior típica del franquismo: simpatía con los regímenes equívocos de la América hermana, relación fraternal con el castrismo y el chavismo, amistad tradicional con nuestros hermanos árabes, en fin, todo lo que tiene que ver con esa meliflua idea de la alianza de civilizaciones, iniciativa perfectamente digna de un Castiella. Y, en Europa, de nuevo fuera de lugar, feudo de una Francia que no se resigna a dejar de ser grande, y sabe hacerlo razonablemente bien, y a cuyos intereses solemos servir de manera tan generosa como estúpida.

¿Es que nuestros diplomáticos son necios? No está ahí el problema que reside, muy por el contrario, en la miopía congénita de buena parte de los políticos españoles. El franquismo no podía asomarse al exterior y nuestros socialistas, hijos renegados, en parte, al menos, de la revolución pendiente, cualquier cosa menos liberales, han convertido esa necesidad en virtud, han hecho de la falta de miras un principio estratégico. ¿Quién va a necesitar una política internacional si puede entretenerse colocando las banderas de las autonomías, que, además, aceptarán siempre un cierto vasallaje, a las puertas de la Moncloa? Podría decirse que hemos sustituido los riesgos externos por las aventuras interiores, de manera que el almirante se ha convertido en una especie de jefe de personal, abandonando el timón de la nave al piloto automático, dotado, para nuestra desgracia, de un programa escasamente original.

Como en el franquismo, el mundo exterior sirve para lavar los pecados de omisión, para explicar la crisis, y para hacer una política de gestos de la que raramente se enterarán los destinatarios. De la misma manera que, según se cuenta, un editorialista del Arriba se frotaba las manos con las presuntas angustias del Kremlin al leer su periódico, en la Moncloa abundan los que se regodean pensando en la sonrisa de Obama ante las flores y los homenajes de nuestro líder. Tras el traspié del desfile y la bandera, ZP parece dispuesto a todo con tal de obtener, de higos a brevas, un gesto benévolo del emperador.

Ese neofranquismo exterior no es una flor aislada en el jardín de nuestra izquierda política. La paz social, a cualquier precio, es otra de esas flores que han resistido el paso de los años; nuestros sindicatos no son verticales, pero sus políticas, y sus frutos, se parecen demasiado a los de los viejos funcionarios sindicales del Paseo del Prado: todos quietos, siempre de la mano del gobierno amigo, y protegiendo a fondo a los que ya no lo necesitan, aunque, mientras tanto, los jóvenes mileuristas tengan que seguir viviendo bajo el amparo de sus familias. El inmovilismo laboral que proponen es una apuesta insensata en este mundo que es muchísimo más ancho y ajeno que el de la autarquía.

Nada de esto podría tener mucho futuro si viviésemos en un régimen de libertad pleno, pero el sistema se ha encargado de configurar un sistema de control de la información, un auténtico monopolio de la verdad, que es extremadamente aburrido e inútil, pero que tiene la virtud, para sus promotores, de que gran parte de los ciudadanos se hayan desengañado de la política mucho antes de lo que fuera conveniente y razonable. En España, si se entiende, con Dahl, que la democracia es poliarquía, tenemos una democracia muy seriamente demediada. Es difícil, por ejemplo, encontrar un juez que no obedezca al Gobierno, pero si, por un casual, se hallase alguno, lo más fácil sería que resultase ser un corifeo de algún otro partido.

La independencia produce miedo, y los valientes, siempre y en todas partes, han sido menos que los cobardes. Que los jueces del Tribunal Constitucional, que están protegidos como nadie, puedan tener miedo de las consecuencias de sus actos, como parece ser que pasa, indica hasta qué punto sigue viva la consigna de coordinación de poder con diversificación de funciones, tan propia de esa época que, en teoría, tanto se condena, pero cuyas maneras, en la práctica, y empezando desde arriba, siguen siendo las dominantes.

No terminaré sin un adarme de optimismo. España es un país viejo, muy viejo, en el que las peores artes gozan de la mejor de las famas. Pero España merece ser, también, un país nuevo, una sociedad capaz de afrontar un futuro amenazador con energía y creatividad: para ello se necesita dejar de estar al pairo, una especie de motín para que la nave se ponga en otras manos. Puede hacerse: depende de ustedes, aunque más de unos que de otros.

[Publicaado en El Confidencial]

Responsabilidad política y exigencia ética

Algunos comentaristas se han referido al proceso de Camps preguntándose con asombro si es que, tras su muy probable condena, se va a elevar el nivel de exigencia ética en el ejercicio de la política. Se trata de una observación cínica y conformista a cuya lógica es seguro que no conviene ceder. El cinismo suele apoyarse, casi siempre, en lecturas de la realidad bastante sagaces, pero, al menos en este caso, lo que me parece que habría que preguntar es si acaso se pretende aprovechar la oportunidad para deteriorar todavía un poco más el nivel de desprestigio, y el hedor a chapuza interesada, que rodea a tantas actuaciones de la Justicia. Porque no parece probable que se pretenda directamente que los políticos no deben ser juzgados por nadie, es decir que los jueces deberían mirar siempre para otra parte, como han hecho muchos de los más encumbrados, cuando un poderoso se vea inesperadamente llevado a su presencia. A mí, por el contrario, me gustaría poder decir lo que aquel molinero bávaro del siglo XVIII: “¡todavía quedan jueces en Alemania!”

Es bastante evidente que una buena parte de los políticos, en especial los que han conseguido una mayor permanencia en sus respectivas poltronas, han cometido tropelías de peor jaez que la supuestamente cometida por el actual presidente de la Comunidad Valenciana. Pero la cuestión no es esa, aunque también debería de serlo. La cuestión es, más bien, que no parece haber argumento alguno para pedirle a un juez que aparte la vista de lo que le han puesto delante, en espacial cuando lo que está en juego afecta a principios fundamentales de la ley, tales como que la ley no admite excepciones o que la mentira no es tolerable, independientemente de quién sea el que trate de refugiarse tras ella cuando media prueba en contrario.

Que el señor Camps sea bastante más honrado que una buena mayoría de personajes que se le ocurren a cualquiera y que haya sido objeto de una persecución deliberadamente mal intencionada y de designio político evidente en la que no se han escatimado los trucos y los atajos para ponerle a los píes de los caballos, no le otorga la posibilidad de pasar por encima de la ley, aunque sea en cuestión mínima. Tampoco sirve para librarse de la ley ordinaria el que los valencianos pudieran desearle una magistratura eterna. ¡Qué se le va a hacer! Si el juez le condena, es hombre muerto para la política.

El PP haría mal en empecinarse en una defensa sin posible argumento y haría bien en aprender del caso cualquiera de las múltiples lecciones que se puedan extraer de él. Los españoles debiéramos alegrarnos de que, aunque sea por una vez, la justicia igual para todos resplandezca por el Levante. Y no habría que descartar que, una vez puestos, cundiese el ejemplo. La mejor manera de evitar la mentira es no hacer nada que nos induzca a decirla.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

¿Qué está pasando?

Me parece que esta es la pregunta que se hacen muchos ciudadanos ante la plaga de escándalos que ensucian la imagen del PP, con mayor o menor motivo. Seguramente serán ciertos los toros, al menos algunos toros, pero no menos ciertas ni instructivas son las circunstancias de esta espectacular corrida fuera de temporada.

Como estamos en una democracia consolidada y en la que todo el mundo se atiene escrupulosamente al principio de separación de poderes, no cabe pensar sino en la casualidad para explicar el celo conjunto de Rubalcaba, de la fiscalía y del juez Garzón en depurar esa clase de supuestos y viejos delitos. Pero, en fin, como nuestro país ha hecho suyo el dicho de “piensa mal y acertarás”, dejaremos a nuestros lectores que ensayen en conciencia explicaciones alternativas a la mera fortuna.

Porque es coincidencia muy notable que cuando el país esté hecho un desastre, ZP no convence ya ni a los que le prepara TVE para su lucimiento, y el porvenir es acusadamente oscuro, debido a la inacción y al disparate que cada día nos procura el gobierno, justamente en ese día, se ponga misteriosamente en marcha el perezoso ventilador de la justicia y toda la mierda provisional que avente contribuya a intensificar el tufo de corrupción en las inmediaciones del PP y solo del PP.

Primero parecía que la cosa iba contra la presidenta de Madrid, una persona que ha tenido el atrevimiento de ganar por goleada al partido del gobierno. Cierta prensa, independiente, por supuesto, ha ayudado lo que ha podido mostrando los frutos sazonados de un riguroso trabajo de investigación periodística en que se ve cómo parece que este hizo algo que al otro le parecía que podía ser perjudicial para alguien y que todo eso fue vigilado por no se sabe quién aunque nos dicen que es evidente que no podía sino seguir órdenes directas de la Presidenta quien, en su increíble torpeza, estaba procurando espiarse al tiempo que espiaba a los que espiaron a quienes ella pretendía espiar, o algo así.

En estas estábamos cuando, de repente, la cosa tomó un cariz distinto, lo que da que pensar sobre las prisas del estado mayor que dirige el asunto.  De manera inesperada, los espías se vieron alejados del primer plano por una auténtica falange de corruptos que, ¡oh casualidad! parecían haberse sentado todos juntos en la mesa de una boda ya lejana pero, al parecer, decisiva en la historia política del PP.

¿No será que está fallando la coordinación de funciones, siempre tan necesaria, entre los servicios de policía y la judicatura con cuya garantía de independencia nos sentimos cada día más libres y más seguros? Por algo puso Felipe González, en su momento, a Belloch como ministro de ambos asuntos, para que no pasaran estas cosas tan inoportunas, pero no ha habido valor para mantener con el debido vigor esa innovación en defensa de la democracia y así nos va.

En la boda del Escorial estaban todos juntos. ¡Tate, tate! El español, siempre capaz de atar a las moscas por el rabo, saca las consecuencias del caso inmediatamente, y comprende que el tiro va por elevación, que ya se pasa de Esperanza, que se supone es caso cerrado, y se apunta más arriba. Con esto va a pasar como con la transición: que nos hicieron creer que fue una cosa maravillosa y ahora se ha descubierto que fue una época de vileza, silencio cómplice y traición. Ahora, tras la paciente investigación de Rubalcabas y Garzones se va a descubrir que el progreso aznarí no fue sino un improvisado manto con el que cubrir las miserias de una corrupción generalizada, y muchos parecen pensar que ya va siendo hora de que se diga la verdad. Esta preocupación por el pasado siempre acucia cuando el futuro se adivina de color hormiga.

Tratan de implicar a  Aznar porque le temen y aunque se profesan pacifistas, han aprendido la utilidad que pueda tener la guerra preventiva, siempre que se haga con los apoyos necesarios de la opinión, que no les han de faltar. Se malician que Aznar pueda decidirse a intervenir, a poner su autoridad al servicio de los votantes y los militantes del PP para que el partido se enderece como conviene, y saben que con un PP medianamente en forma el batacazo podría ser de espanto.

Yo no sé lo que Aznar pueda estar pensando, pero creo que cada vez son más los españoles que aplaudirían alguna forma de intervención para evitar que colapse un partido que es bastante importante para que en España siga habiendo algo mínimamente parecido a una democracia. Aznar ha dicho ya en público que la situación política actual está más allá de una mera crisis de alternancia, y es seguro que será consecuente, más allá de consideraciones  acerca del grado de responsabilidad que le pueda caber, dado el hecho indiscutible de que conserva una autoridad moral y una capacidad de liderazgo que ahora no abundan. El futuro del PSOE es efectivamente oscuro, aunque haya que reconocer que, sin duda, tienen un buen departamento de efectos especiales.

[Publicado en El Confidencial]

Corrupción sistémica

Parece que los españoles se escandalizan con la corrupción, aunque lo que realmente sucede, es que el partido en el poder maneja los hilos para que salga a la luz un asunto con tintes escandalosos que perjudique a sus rivales, especialmente cuando están cercanas las elecciones. 

Esto debería servir para que nos planteásemos dos cosas elementales: la primera es cómo es posible que siendo la corrupción tan poderosa como sabemos, o creemos saber, que es, sean tan pocas y tan parcas las condenas por esta clase de actuaciones. La segunda es la siguiente: ¿qué es lo que hace que la corrupción sea tan fácil de practicar y, a la vez, tan difícil de castigar? 

Las respuestas a ambas preguntas están íntimamente relacionadas porque lo que pasa es, efectivamente, lo que resulta más razonable dado el estado de cosas en que vivimos. 

En primer lugar, el conjunto de normas que regulan la utilización del suelo, el ius edificandi, es absolutamente arbitrario y, por tanto, descaradamente intervencionista. El hecho de que un terreno no valga un real o valga millones de veces más no depende de un mercado abierto que atendería a condiciones objetivas, al menos en principio, sino de decisiones administrativas que se argumentan y establecen de modo completamente arbitrario. El propietario de la varita mágica capaz de multiplicar extraordinariamente el valor de un suelo o de dejarlo convertido en un bien sin valor alguno, es siempre una autoridad política. Suponer que no va a obtener beneficio, personal y de partido, de esa prerrogativa suya es más ingenuo que creer en los Reyes Magos. Cualquier procedimiento que no consista en corregir este insigne absurdo está condenado a la esterilidad y obliga al negocio inmobiliario a permanecer en una alocada cerrera de precios, pues es bien conocido que cualquier mecanismo prohibitivo, véase el caso de la droga, eleva de manera extraordinaria la cotización de la mercancía vedada. 

Vayamos ahora al otro asunto. La ausencia de una Justicia políticamente independiente facilita enormemente la existencia de jueces oportunistas, de personajes dispuestos a lo que sea, incluyendo hacer, al tiempo, una cosa y su contraria. El que manda, manda y es bueno estar al abrigo del único poder que nunca va a ser juzgado. Se pueden ofrecer así, al escándalo del respetable, diversas variedades de chorizos de escasa monta, mientras se evita rigurosamente alterar el sistema que produce esos casos y otros infinitamente más graves, pero ya ungidos con el prestigio de lo intocable. 

Ahora, una pregunta: ¿Qué partido defiende con más ahínco la intervención del suelo y el aumento de toda clase de controles? Porque la corrupción inmobiliaria y el escandaloso e insostenible aumento de los precios puede suceder, únicamente, porque hay unos señores que amparados en la ley pueden tomar decisiones que transformen, ellos lo dicen así, un suelo que no vale nada en un suelo que valga (o valía) millones. La izquierda y sus aliados son los que han montado el chiringo que permite la corrupción y que culmina con un control político de la justicia para que todo esté atado y bien atado. 

Una segunda pregunta: ¿Quién comenzó a sujetar a los jueces convirtiendo el CGPJ en una sucursal de los partidos? Una vez respondidas ambas preguntas, podemos dedicarnos a ver cómo se intensifican los virtuosos sentimientos públicos y cómo desprecia el pueblo soberano a los corruptos políticos de la derecha que son tan sinvergüenzas que ni siquiera dejan de cometer sus fechorías en las épocas electorales. 

Mientras el PP no sea capaz de convencerse a sí mismo, y a los votantes, de que es necesario cambiar de raíz todo este tinglado es posible que siga siendo incapaz de volver a ganar las elecciones. 

[Publicado en El estado del derecho]