A propósito del 11 M

Hoy, víspera del aniversario del atentado que ha causado más muertes en un solo día en la historia de Madrid, y tal vez de España, voy a tomar píe de un comentario que hace un lector anónimo. Éste es su texto:

Apreciado Jose Luis: suelo leerle tanto en su blog como en el Confidencial. Estoy de acuerdo con usted en la mayoría de lo que comenta, y supongo que es sano que no lo esté al 100%. En la lectura de sus artículos noto una una profunda melancolía y escepticismo, una especie de ¿para que narices estoy escribiendo esto si no va a cambiar nada? Muy distinto de sus primeros artículos. En eso coincidimos. Hoy le dejo este link de un artículo de Gabriel Albiac en ABC sobre el 11M que me ha llegado al corazón.

Hay algo que no acabo de entender en su trayectoria y es el no querer entrar a tratar temas como éste [Se refiere, obviamente al 11 M]. Supongo que ni Pedro J, ni FJL serán personas con las que coincida en muchos puntos de vista, y le desagrada cómo han polarizado el tema. Pero me parece que sus razonamientos tienen un fondo de verdad, de una profunda verdad, que está muy alejada de historias conspiranoicas. Yo que quiere que le diga, pero si me preguntan refiriéndose a España ¿cuando se jodió el Perú? si podré dar una fecha, el 11M del 2004. O quizá debería de decir del 11 al 14 Marzo del 2004. La reflexión es ¿cómo un pueblo ha podido ser tan cobarde? (y no refiero a usted), sinceramente desde el vivan las caenas no recordaba algo tan infame. Y la forma en que nos hemos regodeado en nuestra cobardía tiene mucho que ver con los males que ahora nos aquejan. Porque esa cobardía está tan interiorizada que es la que impide que cambiemos el rumbo. Tan interiorizada que es la que ha copiado Rajoy para llegar al poder, en la idea de que mirarnos al espejo debe de ser tan duro que  podemos romper el espejo de un puñetazo (o sea no votarle a él). Pase lo que pase en el Confi, yo le seguiré leyendo. 
Afectuosamente.
Y lo que sigue es mi respuesta: 
Su texto es de los que animan a seguir escribiendo y, aunque creo que no necesito todavía esa ayuda, se lo agradezco mucho. No creo ser más pesimista que hace unos años, pero sí creo ser más consciente de las dificultades de todo orden que hay para vivir libremente, con valor y dignidad, algo que considero irrenunciable, y que me ha llevado a meterme en harinas poco rentables en muchísimas ocasiones, bueno y el amor a mi país, a esta España tan por hacer y tan deshecha que es mi patria.
El link del artículo de Albiac, viejo compañero, me ha encantado. Albiac es un gran escritor y un pensador de fuste, aunque no siempre esté conforme ni con lo que hace ni con lo que dice, ni ahora, ni cuando los dos éramos más jóvenes: yo era ya un liberal, aunque mal formado, y él era un fan de un pensador afortunadamente olvidado que tuvo la desgracia final de estrangular a su esposa.
Es verdad que no he hablado, casi nunca ni extensamente, del 11M, pero ello se debe a que tengo la sensación, quizás equivocada, de que muchos, o algunos,  de los adalides de esa cuestión han sido escasamente honestos, han jugado con las ganas de saber y de justicia de muchos de nosotros. Por esa razón, y porque no creía tener nada específico que aportar, no ha sido un tema que haya frecuentado; he preferido hablar de lo mismo desde otras perspectivas que se me antojan más útiles, menos histriónicas. Es más largo, pero creo que podrá entenderme. Por lo demás, me parece que aquello fue, entre otras cosas, todas horribles, un golpe de estado muy bien planeado, y tengo mis sospechas vehementes de quién y porqué lo hizo, pero me abstendré de jugar con ellas mientras no tenga una certeza, porque no creo que convenga ni fabricar ni aventar argumentos a la orden de nuestros deseos. 
Creo, además, que las responsabilidades políticas de lo que pasó luego están bastante repartidas, lo que no niega, desde luego, que una buena parte del pueblo español actuase de una manera muy cobarde, con la mansedumbre que le es habitual. 
Apoyaré siempre a cualquiera que trate de iluminar aquello, pero me han resultado repugnantes las rentas que algunos han obtenido a costa de la ignorancia y la buena fe de tantos españoles deseosos de acercarse a la verdad. Han hecho mucho mal, su actuación ha sido tan grave, o más, que la de quienes destruyeron los trenes, por hacer una comparación sencilla. Lo puedo decir porque pregunté repetidamente a gente bien informada, de buena intención y, tan deseosa como yo de que las responsabilidades fueran a recaer en quienes me sospecho las tienen, y me dijeron que la mayor parte de lo que se vendía como si fuera buena información era pura basura. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, aunque ya sabemos que los porqueros no acaban de estar conformes.
Lo de la verdad judicial, lo ha explicado muy bien Albiac, pero ese juez de cuyo nombre no querría tener que acordarme, estaba allí puesto por quien lo puso, y no quiero entrar en detalles. Los maños lo llaman «cagarse con la capa puesta». 
Los crímenes de estado suelen correr esa suerte, aquí y en los EEUU: los que lo planearon, lo sabían muy bien y se salieron con la suya, obviamente, al menos de momento.
Y, por cierto, a día de hoy, no se me ocurre algo mejor que votar a Rajoy en las elecciones generales, porque, desgraciadamente, no podemos obligar al mundo a ser como nos gustaría que fuese; sí podemos, sin embargo, seguir luchando para que se acerque a lo que vale la pena, y la derrota de socialistas y nacionalistas es mucho más importante que otras urgencias, lo que, como sabe muy bien, no me va a impedir meterme con Rajoy siempre que me parezca oportuno, y lo haré, precisamente, porque le voy a dar mi voto: creo que tal intención me legitima doblemente para criticarle siempre que  crea que lo merece, cosa frecuente, por cierto. 



Nacionalismo

Estamos muy habituados a concederle al nacionalismo un estatus cultural, a saber lo que significa eso. El hecho es que esa clase de análisis lo enaltece, al presentarlo como fruto de las profundas ideas, sentimientos e invenciones de algunos eximios pensadores, de modo que tendemos a olvidar cómo, detrás de sus pretensiones, los nacionalistas ocultan intereses menos espirituales y conmovedores que los que suelen invocar en sus memoriales de agravio. Pues bien, hacia finales de los ochenta del pasado siglo, un excelso brote cultural nacionalista tuvo su éxito en un pequeño archipiélago que está casi en nuestros antípodas.

En uno de sus excelentes libros de viajes (“Las isla felices de Oceanía”) Paul Theroux, muestra su asombro por el desparpajo con el que Stevi Rabuka, inspirador de sendos golpes de estado para mantener el predominio de los nativos fiyianos sobre la extensa población de origen indio, justificó sus pretensiones. Estas son dos citas muy conocidas de Rabuka, un líder sin tapujos: “El hecho de que seamos menos inteligentes que los indios no significa que se puedan aprovechar de nosotros”; “Nosotros tenemos las tierras y vosotros lo sesos. ¿Por qué deberíais ser más ricos que nosotros sólo por tener un poco más de seso”. En un libro en que Rabuka defendió sus acciones y trató de justificar sus intenciones, definió a los indios como una “raza inmigrante” que “quería asumir el control total del gobierno”. Theroux comenta al respecto: “Un golpe de Estado era la única solución para garantizar la supervivencia de la raza fiyiana. Tan simple como eso”.

Cuando le preguntaron a Rabuka si el golpe había sido racista, debió de advertir algún sesgo crítico en la pregunta y se sintió obligado a matizar: “Es racista en el sentido de que va a favor de una raza”. Nuestros nacionalistas aparentan un mayor control de sus respuestas emocionales, y tratan de dar los golpes de estado de manera aparentemente legal, pero en su almario, veneran a los Rabuka de este mundo, su rudeza y, sobre todo, su éxito, aunque haya sido momentáneo.