Pisa

Una vez más, el informe Pisa muestra que la educación española no es inmejorable. Yo veo el problema así: no se enseña al alumno desde el principio, como sí ocurre en las escuelas norteamericanas, a hablar y a expresar sus opiniones, se favorece su pasividad. Esta pasividad prosigue inalterable hasta la universidad y, ayudada por otro defecto radical, el hecho de que la educación se conciba según planes rígidos, políticos, produce una Universidad de quinta fila que nutre al profesorado de todos los niveles, en un proceso que casi no puede hacer otra cosa que degradarse. Sería urgente implantar dos principios, el de libre elección del curriculo, especialmente en las universidades, que las universidades empezasen a competir y solo ellas estableciesen qué títulos otorgan y en qué condiciones, lo que supondría acabar con los títulos estatales, y traería una dinámica de competitividad a las Universidades. Me parece que cualquier otra cosa solo servirá para perpetuar este estado de mediocridad que, eso sí, tan beneficioso resulta a muchos. 
Yota

El equívoco valenciano

Las épocas de crisis son especialmente proclives a la tontería y a la hipocresía; como es obvio, ambas maldiciones se multiplican cuando se habla de educación, allí donde, según Ortega, han florecido mayor número de mentiras. El gobierno valenciano, en plan de austeridad, ha decidido que los profesores den clase de repaso en el mes de julio. Todo menos insistir en la cuestión esencial, que la educación es imposible sin que los estudiantes estudien, sin caer en la cuenta de que el mayor número de horas de clase no sirve de nada sin la premisa esencial. Si fuese por el número de horas de clase, nuestras universidades deberían estar a la cabeza del mundo y, como es sabido, hay que buscarlas por la cola. 
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Educación

Cuando se tiene una cierta experiencia en la educación, pronto se llega a perder la capacidad de asombro. Es realmente notable que no caigamos en la cuenta del daño que causa en el espíritu de los jóvenes una educación rutinaria, sin aliento, sin ninguna emoción, y cómo amputa muchas de las cualidades que debiera potenciar. Habría que dejar de hablar de educación, que suena a algo muy pasivo, y recordar a todo el mundo que nadie puede educar, pero que tampoco nadie debería privar a los alumnos de su capacidad de aprender, cosa que se hace a base de prohibir el interés y premiar la pasividad. A partir de cierta edad y nivel de instrucción hace falta que un alumno tenga vocación, deseos de saber, preparación y capacidad de sacrificio, y muchos carecen de esas cualidades sin las que es imposible que consigan nada, pero les hacemos persistir en el feo vicio de frecuentar las aulas  para acostumbrarse a repetir lo que oyen. Lo raro es que no haya todavía más desastres que los muchos que soportamos. 
Black Friday

La hipocresía

Escribo bajo la impresión que me produce el contacto con algún que otro hipócrita, uno de esos tipos de los que puede decirse aquello de “ni una mala palabra, ni una buena acción”, una expresión que, por cierto, oí por primera vez referida a Zapatero, y de boca de un correligionario suyo. Se trata de personas indudablemente hábiles, lisonjeras, prontas a exhibir sus mejores prendas. Supongo que el auténtico hipócrita tendrá que serlo, sobre todo, consigo mismo, alguien que huirá como de la peste del examen de conciencia, de la más ligera oportunidad de que cuestionarse su estrategia. Entre españoles, que pese a lo peligrosas que sean este tipo de generalizaciones, solemos ser escasamente proclives al debate, a la racionalización, a organizar las cosas con buen sentido, el hipócrita se maneja muy bien, porque no necesita dar explicaciones de ningún tipo. Como, entre nosotros, las teorías están de más, porque suele bastar con repetir lo que nos parece, el hipócrita puede lucir con solemnidad y empaque la bondad de sus motivos, su altruismo, su inmensa bondad. En un mercado en el que las razones cotizan muy a la baja, el hipócrita puede lucir con esplendor inusitado. Su figura produce, sin embargo, hastío, porque carece completamente de interés. Puede que haya un cielo para los hipócritas, pero me temo que será ese cielo aburrido de los chistes.
Yo sé de sobra que la vida social exige un cierto grado de ficción, de hipocresía, pero eso debiera quedarse en las buenas maneras, en poco más. El auténtico hipócrita no se conforma, y llega a creerse que los demás no le conocen cuál es, que el disimulo educado equivale a la admiración por la excelencia de sus motivos e ideales, por la ejemplaridad de su conducta. Puede que eso suceda con los muy memos, pero para el común de los mortales, el hipócrita, además de aburrido es realmente repulsivo.

La casa por la ventana

Ayer publicaba José Luis Rodríguez Zapatero en El País, una “Carta abierta a los maestros”, pésimamente escrita, como ha señalado Arcadi Espada, y creo que ha sido muy benevolente, en la que se muestra con absoluta claridad que el presidente no piensa dejar que las noticias le estropeen la propaganda. Es un artículo que le ha debido parecer, a la vez, emotivo y sesudo, a nuestro líder, un improvisador nato que no está dispuesto a consentir que Aguirre enarbole la bandera de que la educación importa. ¡Hasta ahí podíamos llegar… que se pueda creer que el aprecio y la defensa de los maestros es una cosa liberal y de derechas!

Como nuestro presidente, además de hablar, es muy capaz de hacer varias cosas al tiempo, ha debido pensar que el articulito le vendría bien para disimular un poco el recorte desproporcionado e irresponsable de las ayudas a la investigación; este tiernísimo arrebato pedagógico, le permitirá seguir perorando sobre que el desarrollo científico y tecnológico es la clave para la nueva economía sostenible que propugna; seguramente piensa que si la gente se da cuenta de lo mucho que aprecia a los maestros, llevarán con mayor resignación los recortes que les afectan. También puede ser que el presidente crea que la educación y la investigación no tienen nada que ver, porque, en realidad, para él nada tiene que ver con nada, a no ser que convenga lo contrario.

Si los españoles tuviesen la costumbre de analizar lo que se les dice, habrían podido ver en La Razón, un análisis del dinero que el Gobierno se va a gastar en su boato, una modesta partida que no ha sufrido ningún recorte. No habrá dinero para investigar, ni para defender a los barcos españoles de unos piratas de tres al cuarto, pero sí lo habrá, y en abundancia, para que la Vice pueda presumir de fondo de armario, y para cubrir otras necesidades igual de perentorias e inaplazables. Aquí no importa tirar la casa por la ventana, seguramente porque ZP pensará que esos gastos suntuarios se hacen en beneficio de los más humildes, para que los pobres no tengan que pasar vergüenza a causa del mal aspecto de los ministros y las ministras, que ya se sabe que es un corte que puedan tener mala presencia y desanimar a los suyos.

De niños y ordenadores

El llamado debate del estado de la nación nos permitió gozar de la fecunda y audaz imaginación zapateresca cuando se comprometió, con pasmo general,  a poner un ordenador a cada niño, insinuando que por ahí comenzará la reforma del modelo productivo, una medida que contará con el apoyo de los de siempre y, en este caso, además, con el de Microsoft y los fabricantes de ordenadores. El gobierno de ZP es pródigo en medidas que nadie reclama: no hay ningún análisis serio de los problemas de la educación en España que señale como madre de todas las causas una supuesta escasez de ordenadores.

La debilidad de la democracia española es una consecuencia de la fortaleza del despotismo cañí de que padecemos. Cualquiera que recuerde su educación sabrá hasta qué punto las deficiencias de lo que aprendió se debían a la escasez de aparatos adecuados al caso, eso que ahora se va a remediar de una vez por todas, según se nos promete. Decía Ortega que en ninguna parte están tan extendidas las falsedades como en la educación, pero, muy probablemente, Zapatero tampoco haya tenido un par de tardes para enterarse, de modo que ha decidido arreglarla por las bravas.

El genial dibujante Schulz ofreció en una de las viñetas de sus Peanuts el modo de discurrir de Lucy,  la hermana pequeña de Linus van Pelt, en una redacción escolar. Su texto discurría de manera rutinaria, hasta que, de repente, una duda le sobresaltó: “los griegos no tenían televisiones, pero tenían filósofos… aunque la verdad es que no entiendo cómo no se aburrían los griegos mirando a sus filósofos”. Los ordenadores de Zapatero son como los filósofos de Lucy van Pelt, una idea fuera de lugar, un malentendido. Ni los filósofos están para que se les mire, ni los ordenadores, tan valiosos por otro lado, están para resolver problemas educativos en la España de 2009. No estoy insinuando que Zapatero piense como los Peanuts, al fin y al cabo Lucy muestra ser muy reflexiva, sino que cree, y lo malo es que con frecuencia también lo creen muchos más, que la educación también se puede arreglar con ocurrencias.