Moncloa tiene amigos en todas partes

Nada muestra mejor el trasfondo político del caso Gürtel, una gran operación contra el PP, capitaneada por el superagente Garzón, siempre al servicio de su Majestad el Poder, que el hecho de que se pase de puntillas sobre las implicaciones de Moncloa con gentes fichadas en el sumario pero muy queridas en ese Palacio, aguerridos leoneses y bondadosos constructores, como lo acredita su entrada a la serenísima sede.

Da la impresión de que nos hemos acostumbrado a considerar como irrelevante, a fuer de muy normal, que Moncloa trate de echar una mano a empresarios amigos; a los de la televisión, porque, al fin y al cabo, eso lo ha hecho también a la vista de todos, eliminando, por ejemplo, la financiación publicitaria de TVE, y adjudicando sin el menor atisbo de vergüenza o azoramiento canales de TDT de pago a los colegas de cancha de ZP, y, como todo el mundo sabe, no ha pasado nada, salvo el despecho de los eternos descontentos; por la misma razón, no debiera haber ningún inconveniente en ayudar a algún probo constructor leones, o vallisoletano si no hay mejor cosa a mano, pues, al parecer, tenía, el pobre, dificultades para el trato con el PP, aunque, para su fortuna, también tenía línea directa con el poder de verdad.

Es posible que en toda esta historia de gürtelianos y monclovitas no haya nada más que unas llamadas de teléfono, pero justamente eso, y muy poco más, es lo que ha servido a los tramoyistas judiciales que transcriben sumarios secretos para poner en la picota al partido de la oposición, aunque, claro, con el entusiasta apoyo de una alianza entre sinvergüenzas y tímidos. Algunos de los mandos intermedios del PP se han comportado como auténticos chorizos, timando y desprestigiando, al propio partido, que es la impresión que trasciende de cuanto se dice en el sumario. Algunos responsables del PP parecen atenazados por su natural timidez o por un extraviado instinto de supervivencia y no acaban de limpiar a fondo, como debieran, las covachuelas y las tribunas del partido, sin dejar en su sede ni a parientes ni a amiguitos.

Cierta prensa se ha esforzado para que el timado, el PP, aparezca como timador, además de intentar que sus líderes queden como bobos de oficio, como cómplices, o como pusilánimes. Pero, por lo que se ve, una cosa es tratar de implicar al PP a partir de las sirvengozonerías de algunos de sus cuadros, y otra atreverse a preguntar si en Moncloa todo el mundo anda ocupado únicamente en temas sublimes como la paz perpetua, la alianza de civilizaciones, la solidaridad, la invención de derechos al vacío, o la economía sostenible. Garzón ha sido fiel a su trayectoria y ha decidido poner las X dónde corresponde, sin traspasar ni por un milímetro el límite de lo conveniente, de manera que no es fácil saber a qué se refieren algunos cuando le acusan de no saber instruir.

La opinión pública tiene derecho a saber qué se ha hecho en Moncloa para favorecer a quienes no encontraban consuelo en un PP sin acceso a los presupuestos verdaderamente amplios. Ni siquiera un ser tan aparentemente seráfico como Zapatero está inmune al intento de utilización por parte de gentes avispadas que saben bien lo mucho que gusta a los políticos influir en lo que no les concierne y ganar amigos. Por ello resulta verosímil sospechar que Moncloa, que ha tratado de controlarlo todo, desde quién preside el BBVA hasta quién compra Endesa, pueda tener la tentación de echar una mano a buenos amigos, especialmente en aquellas regiones, como Castilla León, en que su partido no acaba de convencer al personal de que podrán ser más felices cuando se abandonen a su benéfico control.

Panorama de podredumbre

El levantamiento, parcial, del secreto del sumario sobre la trama corrupta, montada entorno a algunos dirigentes del PP, deja a la vista un panorama de auténtica podredumbre, un verdadero camión de estiércol que caerá directamente sobre el PP si sus líderes, y todos los que no están afectados por esta clase de basura, no se apresuran a poner de patitas en la calle a cuantos aparecen implicados de una u otra forma en este lodazal.

El único capital del PP reside en sus votantes y no pertenece sino a estos. Nadie posee los votos del PP, salvo los mismos votantes. Ni Rajoy, ni Camps, ni nadie son dueños del PP; sin embargo, Rajoy, y otros muchos con él, sí es el responsable de que la organización política del PP se ponga al servicio de sus votantes, de sus ideas y de sus intereses, y, por ello, al servicio de España; esto supone una obligación dura de cumplir que es la de apartar de la manera más inmediata y decidida a cuantos aparecen implicados en este albañal. No hacerlo así, supondría un grave perjuicio para el PP, porque sus votantes tendrían derecho a pensar que no merece la pena esperar nada de un partido que no se sacude con convicción y con energía a la clase de individuos, codiciosos, estúpidos y corruptos que se muestran en esta trama. Es evidente que hay un cierto riesgo moral en condenar sin pruebas a alguno de ellos, por lo que, en su caso, habría que rehabilitarlos una vez que hubiere quedado clara su inocencia, pero ahora mismo es peor dejarse llevar por la presunción de inocencia que ponerla en suspensión ante los serios indicios aducidos en el sumario.

Hay personas muy conocidas que no deberían seguir un minuto más en el partido que, al parecer, les ha servido para granjearse relojes de lujo, miles de euros extra, o automóviles de regalo, a cambio de favores inicuos con pólvora del rey, a cambio de robar a todos, poco a cada uno pero a todos, justo lo último que se espera de alguien que aspira a ser un servidor público.

Los dirigentes del PP se enfrentan a una urgente necesidad de deslindar el grano de la paja y no debieran, bajo ninguna excusa, demorar el cumplimiento de una obligación desagradable pero benéfica, para que los militantes y los votantes del PP puedan seguir llevando la cabeza alta, sin tener la sensación de ser unos estúpidos que se esfuerzan para que cuatro mangantes mejoren su tren de vida. No ha de haber ningún miedo a que una limpieza, que debiera ser, si cabe, más excesiva que temerosa, pueda causar un daño al partido: lo que, en cambio, podría causar un deterioro irreparable en la confianza de los electores y en el sentido de su voto es la sensación de tibieza, que el PP se entregase, como hasta ahora parece haber hecho, a una campaña de autodefensa al servicio de quienes no la merecen.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Barra libre

Esta mañana, un comentario sobre la segunda república, destacaba que, entre las causas de su fracaso, ocupó un lugar importante la escasa convicción democrática de la mayoría de sus líderes, tanto a la izquierda como a la derecha, de manera que no es difícil comprender que sus posibilidades de éxito no fueran muy grandes.

¿Nos pasa algo parecido a nosotros? Me parece que la respuesta tiene que ser, desgraciadamente, un sí, y que, salvando las innegables diferencias, el sistema de la Constitución del 78, está seriamente en riesgo por esa misma razón, porque muchos de nuestros líderes siguen viendo en la democracia únicamente un modo de legitimación, no un sistema que implique determinadas exigencias morales.

Las dos fallas más evidentes del sistema son la corrupción y la inestabilidad territorial, y ambas tienen su origen en la forma de funcionar los partidos políticos, enteramente ajena al interés general, y entregada únicamente a favorecer los intereses inmediatos de los dirigentes.

Veamos un par de casos. Estos días tenemos a Gürtel ante nuestras asqueadas narices. Pues bien, el Presidente del PP nos sorprende manteniendo una ridícula reunión secreta, en territorio supuestamente neutral, con uno de los afectados y dándole barra libre para que trate de resolver el asunto a su antojo. Para mayor escarnio, el señor Camps se despacha con unas declaraciones, tan escandalosas como cursis, en las que afirma que los dirigentes del PP valenciano se ayudan mutuamente, se quieren mucho y que todo esto es muy bonito. Me parece que en una democracia mínimamente seria, el señor Camps, junto con todos sus amiguitos, habría tenido que dimitir hace ya tiempo, y que el señor Rajoy deberá hacer lo propio si no se decide, definitivamente, a atajar un asunto que, aunque tenga su origen en la artera agresión del adversario, pone ante los desencantados ojos de los electores una desdichada realidad que afecta seriamente a los entresijos de su organización.

Puede haber quien piense que la obligación del PP es mantenerse en el poder a todo trance y combatir los intentos de desestabilización; sin duda es eso así, pero no creo que nadie creae que el PP pueda perder las elecciones si da muestras serias de que no piensa consentir ningún modo la corrupción. Lo contrario es lo que es peligroso, doblemente si se asume, como se hace, que no existe un único PP, sino que el PP es ya una especie de caótica federación de taifas, gobernada por una casta de intocables que poseen los votos de sus comunidades, es decir, que el PP sea ya, en la práctica, un partido nacionalista de donde haga falta para dejar de ser el mismo partido español en todas partes.

Esto nos lleva directamente a la segunda cuestión, al disparate territorial. Me parece que ha sido Rosa Díez quien ha dicho una de las cosas más certeras que he oído nunca sobre este asunto: “el problema no son los nacionalistas, sino que los grandes partidos acaben haciendo lo que los nacionalistas quieren”. Y, ¿por qué pasa eso? Pues porque sistemáticamente, los líderes de los partidos mayoritarios buscan su propio beneficio, aún a costa del desastre general. Para no retroceder, que podría hacerse, fijémonos en la conducta del PSOE actual a este respecto. Se somete tanto al dictado de los nacionalistas catalanes que corre el riesgo de acabar desapareciendo en Cataluña, donde está en el poder al precio de ejecutar las políticas nacionalistas más extremas, olvidando completamente el sentir de sus votantes y el interés general de los españoles.

La clave de este despropósito es que los actuales dirigentes del PSOE son incapaces de concebir algo distinto a la conquista del poder como objetivo de su acción política. Es la misma clave con la que han diseñado su estrategia de paz frente a los pistoleros de ETA, la explicación de su no respuesta a la crisis económica, el motivo de su absoluta falta de respeto al mínimo indispensable en la separación de poderes, la causa de sus descaradas intervenciones en el sector eléctrico o el fundamento de su desfachatez a la hora de favorecer a sus amigos de ocasión en el reparto de prebendas. Se trata, en suma, de que el actual partido socialista, con el dontancredismo de su líder a la cabeza, está absolutamente dispuesto a hacer lo que sea necesario (no se olvide que esa es, precisamente, la fórmula operativa de las mafias) para mantenerse en el poder, más allá de cualquier coherencia política, más allá de cualquier consideración del riesgo en que se pueda incurrir, sin que les importe un ardite la amenaza de que todo pueda saltar por los aires.

Es probable que la desvergüenza de que hacen gala los políticos sea un reflejo de nuestra tradicional picaresca, de la moderna creencia de los españoles de que todo da igual, y a vivir que son dos días. Es lastimoso que la opinión pública sea tan comprensiva con estas aberraciones o, peor aún, que las juzgue únicamente, con el criterio hipócrita del partisano: por ahí habría que empezar a cambiar.

[publicado en El Confidencial]

Si no quieres caldo, dos tazas

Cuesta trabajo entender la incoherente y tardía reacción del PP ante las acusaciones policiales de corrupción; desde que se puso en el ventilador el caso Gürtel, el PP no ha tenido una actitud uniforme ni una estrategia coherente; su conducta se ha basado, sucesivamente, en la minimización, en la sospecha sobre la fuente y, finalmente, en afirmar que el partido estaba sometido a una persecución, es decir, en afirmar algo que, además de que dista de ser evidente para quien conserve cierto grado de ingenuidad, implica asumir que esa supuesta evidencia pueda implicar algún principio exculpatorio; finalmente, y sin que pueda entenderse el porqué, da la impresión de que se quiere empezar a pedir responsabilidades a personajes de segundo nivel, sin que se expliquen mínimamente las razones para poner en la picota a personas que, hasta ayer mismo, eran presentadas como objeto de inicuas persecuciones, seres enteramente dignos, espejo de virtudes y de inocencia, pero que, de repente, parecen molestar a los que se están por encima.

Salvo en Madrid, donde Esperanza Aguirre se separó prontamente de un importante núcleo de afectados para mantener una posición de firmeza contra los abusos, la dirección del PP ha sido elusiva y ha apostado, en un primer momento, por la inocencia de los afectados, la incoherencia de los sastres implicadores, y la venalidad de los informes anónimos. La música de fondo sonaba a que, menudencias aparte, no había ninguna financiación ilegal del partido. Ahora, la música parece haber cambiado de tono. Las preguntas que hay que hacerse son las siguientes: ¿es que el PP no piensa nunca en lo que va a pasar luego de dar un paso determinado? ¿Acaso el PP ignora con quién se enfrenta? ¿Es que nadie sabe lo que pueda estar pasando en el PP y lo que hace la gente que maneja dinero?

Ahora se pide la cabeza de Costa, pero no la de Camps. Supongo que el PP quiere dar a entender que el interior del partido está literalmente repleto de murallas chinas, de manera que nadie sabe nunca lo que hace, sobre todo si resulta ser malo, el que ocupa el despacho de al lado, pero me temo que esa explicación puede ser más perniciosa para la credibilidad del PP que la hipótesis contraria, aunque conllevase medidas dolorosas, pero ejemplares.

No hay duda alguna de que elementos con poder, con tecnología y con capacidad de controlar las conversaciones ajenas, están dispuestas a ensuciar al PP con el fin de cortar de raíz cualquier posibilidad de ascenso en las encuestas y, finalmente, de victoria. No hace falta ser un gran especialista en historia política para recordar que esa estrategia se le aplicó con gran dedicación al joven Aznar inmediatamente antes de 1996; fue lo que se llamó el caso Naseiro y otros llamaron el caso Manglano. Aznar, sin embargo, reaccionó con prontitud, tomó cartas en el asunto y encargó un proceso interno que, dicho sea de paso, se llevó injustamente por delante a la que seguramente era la mejor cabeza política de aquella generación. Aznar dio la prueba de que no iba a consentir según qué cosas y, finalmente, acabó ganando las elecciones. Ahora no se ha hecho así, y no consigo explicarme las razones de un error tan persistente y tan importante.

No creo que las maniobras de Rubalcaba, si es que son suyas, acaben por arruinar las esperanzas políticas del PP, pero sí creo en la capacidad del PP para hacerse un daño considerable y enteramente innecesario. Es fácil comprender que asumir responsabilidades cuando se ponen de manifiesto conductas gravemente sospechosas cuesta muchísimo trabajo, y que se puede ceder a la tentación de esperar a que escampe, pero es un poco ingenuo pensar así y, al tiempo, gritar que enfrente se tiene un enemigo muy, pero que muy malo. Los políticos están obligados a ser, pero también a parecer, y si su parecer se ensucia, su ser va a servir de muy poco. La política se rige por reglas que no son exigibles en la vida ordinaria, y quienes llevan años en las poltronas ya debieran saberlo.

El PP no puede seguir dando, ni un minuto más, la sensación de que es tolerante y equívoco con la corrupción de los suyos, cuando son importantes; no puede actuar de ninguna manera que permita emplear ese argumento. Eso puede tener costes políticos muy altos, pero ya deberían saber los que están arriba que su posición se justifica en la necesidad que el país tiene de sus servicios, no en las comodidades que puedan añorar. Gürtel es una bomba con efectos retardados únicamente porque el PP se ha resistido a tomarse en serio sus obligaciones en ese terreno. Muchos piensan que es un error más de una dirección vacilante y desnortada, pero todo tiene arreglo porque, como quería el poeta, hoy es siempre todavía. Hay que limpiar a fondo esa guarrería indigna y caiga quien caiga: mejor hoy que mañana. Si no se hace así, las responsabilidades serán, en todo caso, muchísimo más graves, y podrían conducir a una situación realmente irremediable.

[Publicado en El Confidencial]

La hipocresía política

Buena parte de la política española se puede considerar dirigida por una regla inicua formulada del siguiente modo: si sale cara gana el PSOE (o los nacionalistas) y si sale cruz pierde el PP. Hay que reconocer el mérito de quienes han conseguido que la tal regla no sea percibida como un disparate mayúsculo, que lo es, aunque la tal regla funciona de manera impecable. Pondré unos ejemplos recientes: pedir que la sanidad sea restrictiva con los que no la pagan es racismo y discriminación si lo propone el PP, pero pasa a ser una interesante reflexión si lo dice, como ha pasado, un jerarca socialista; no respetar el pacto anti transfuguismo es una muestra de la ambición desorejada, de hacerlo el PP, pero es un ejercicio de responsabilidad para con el pueblo cuando lo hace el PSOE, en especial si hay parientes de por medio; hacer favores a los amigos es corrupción si lo hace el PP, pero se queda en beneficio del ciudadano cuando es el PSOE quien lo practica.

Esta hipocresía selectiva es una consecuencia directa de que el PP haya aceptado, sin apenas protestas, ejercer su función en el marco cultural y lingüístico que la izquierda ha sabido imponer, bajo amenaza de identificación con un pasado fascista a quien se resistiese. Semejante poder no es ajeno al predominio mediático de la izquierda, pero tampoco es independiente de la inanidad intelectual y moral de algunos de los líderes políticos que se supone debieran defender posiciones distintas y emplear lenguajes propios. Muchas batallas se han perdido debido a que la izquierda ha sabido emplear términos que favorecían sus posiciones; la aceptación de que se pueda hablar del aborto, por ejemplo, en los engañosos términos de interrupción voluntaria del embarazo, ha favorecido primero una despenalización bastante hipócrita, puesto que ha dado píe a las prácticas abortivas ajenas a cualquier régimen jurídico, y favorece también la conversión del aborto en un supuesto derecho de nueva, y paradójica, generación. Cuando se realiza un aborto no se interrumpe nada, porque no hay nada que pueda reanudarse, que es lo que da píe a que se pueda hablar propiamente de interrupción; también es muy discutible la aplicación de voluntario al hecho de abortar, pero la conjunción de ambos equívocos resulta letal.

La hipocresía política en el tema del aborto se ha manifestado en todo su esplendor porque nadie puede defender sensatamente ni la situación actualmente vigente, ni, por supuesto, la nueva regulación; algunos dirigentes del PP han tenido la poca inteligencia de tratar de ocultarse tras un statu quo indefendible, precisamente para evitar el mal trago de establecer una posición clara en torno a este tema. Es esta la cobardía hipócrita que se adueña del lenguaje político, y su consecuencia es que se acabe beneficiando a quienes sí saben muy bien lo que quieren.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

La obra inútil

La mayoría de los españoles tiene una visión ingenua y descuidada del gasto público. Nuestra moral colectiva sigue siendo la de una sociedad que aprecia la decencia, que desprecia al ladrón y que cree en la necesidad de que los impuestos cubran determinadas demandas con generosidad. Si a esto se añade que una amplia mayoría es perfectamente inconsciente del monto real de los impuestos que paga, se comprende que no sintamos de manera imperiosa la necesidad de que se nos dé cuenta de qué se hace con nuestro dinero. Sin embargo, esa es una de las funciones esenciales de los sistemas de representación; evitar la rapiña del rey ha sido siempre una de las misiones básicas de los parlamentos. La confusión entre el legislativo y el ejecutivo que nos traemos, desatiende esa función, que se suele confundir con los ritos de oposición sin otro motivo que la oposición misma.

Es preciso ser muy ingenuo para que se pueda suponer que la desatención al destino de nuestros caudales, una vez en manos de los poderes públicos, se vea suplida por el esmero de estos. Nuestros impuestos significan poder para los políticos, y si no los aumentan al infinito es porque saben que no les dejaríamos; además, muchos, pero no todos, creen que la situación económica se volvería imposible, también para ellos. Como es notorio, nuestro presidente no pertenece al grupo de los que creen que haya alguna clase de reglas objetivas para la economía.

La tendencia del político a gastar alegremente el presupuesto es un dato que no cabe discutir. Sólo una vigilancia constante y un sistema legal basado en una serie inteligente de cautelas pueden evitar que los políticos tiren la casa por la ventana, como si fueran nuevos ricos.

Con este panorama, los ciudadanos deberíamos aprender a ser especialmente críticos con los gastos de dudosa justificación, con las obras inútiles. Entiéndase bien, todo gasto es útil para el que lo hace, incluso sin pensar de inmediato en corruptelas de todo tipo, que las hay, porque el gasto siempre beneficia a alguien y, por tanto, al político que otorga el favor. Pero el interés del político no coincide milagrosamente con el nuestro, especialmente cuando se empeña en aumentar el presupuesto de que dispone, en sacarnos más dinero, o en acrecentar el déficit, lo que tiene efectos aún más perversos que el puro dispendio.

Al poco tiempo de iniciarse la democracia en los ayuntamientos, recibí una amable carta del concejal de mi distrito en la que se me comunicaba que se iban a cambiar las aceras del barrio para hacerlas más humanas; la verdad es que las aceras del barrio estaban en un estado perfectamente aceptable, de manera que el educado concejal quería ocultar un gasto absolutamente innecesario con un paupérrimo rollo pre-ecológico sobre las aceras, y tras la amabilidad inédita de dirigir una carta al personal. Yo me indigné y contesté con juvenil insolencia a la carta concejil, aunque naturalmente no obtuve respuesta. Hoy sé que ese concejal es un pequeño magnate de la construcción, y sé también que algo habrá tenido que ver su preocupación por la humanidad de las aceras, y su empeño por gastar en su propio beneficio, con la prosperidad de su carrera personal.

Cuando se aplica un saludable escepticismo al principio político de que todo gasto está justificado, se comienza a ser un ciudadano consciente y se puede empezar a tener un criterio político propio, más allá de las insignes vaguedades con la que, unos y otros, tratan de comprar nuestra conciencia. Sin embargo, si se ven las cosas de este modo, se corre un serio riesgo, a saber, el de estar en un estado de casi permanente indignación. Los impúdicos carteles que anuncian por toda España las infamantes chapuzas del llamado plan E de Zapatero, son un auténtico insulto, una forma de tirar el dinero que no tenemos para aparentar una actividad que no existe, un truco para simular la creación de un empleo ilusorio, una campaña destinada únicamente a engañarnos. Que el PSOE se atreva con una iniciativa de este estilo, indica hasta qué punto desprecia nuestra debilísima cultura política, cómo se cisca en la inocencia de quienes creen en los discursos que nos endilgan.

Ayer quise acudir a un edificio municipal a pagar una multa absolutamente injusta, como espero, aunque no mucho, que se demuestre en la corte de justicia, y me encontré que el susodicho y magnífico edificio, situado en una de las mejores calles de Madrid y con menos de treinta años, estaba patas arriba; el ayuntamiento que inventó las aceras humanas, el que nunca recibe las comunicaciones que se le mandan cuando esa supuesta omisión del deber de informar sirve para aumentar el monto de las sanciones, el ayuntamiento que solo se va a gastar 400 millones de euros en su traslado, está rehaciendo un edificio dedicado a la recaudación desmelenada con dineros del plan E de Zapatero. Y luego dicen que el PP no colabora en los asuntos de Estado, cuando la pasta está en juego.

[Publicado en El Confidencial)

Responsabilidad política y exigencia ética

Algunos comentaristas se han referido al proceso de Camps preguntándose con asombro si es que, tras su muy probable condena, se va a elevar el nivel de exigencia ética en el ejercicio de la política. Se trata de una observación cínica y conformista a cuya lógica es seguro que no conviene ceder. El cinismo suele apoyarse, casi siempre, en lecturas de la realidad bastante sagaces, pero, al menos en este caso, lo que me parece que habría que preguntar es si acaso se pretende aprovechar la oportunidad para deteriorar todavía un poco más el nivel de desprestigio, y el hedor a chapuza interesada, que rodea a tantas actuaciones de la Justicia. Porque no parece probable que se pretenda directamente que los políticos no deben ser juzgados por nadie, es decir que los jueces deberían mirar siempre para otra parte, como han hecho muchos de los más encumbrados, cuando un poderoso se vea inesperadamente llevado a su presencia. A mí, por el contrario, me gustaría poder decir lo que aquel molinero bávaro del siglo XVIII: “¡todavía quedan jueces en Alemania!”

Es bastante evidente que una buena parte de los políticos, en especial los que han conseguido una mayor permanencia en sus respectivas poltronas, han cometido tropelías de peor jaez que la supuestamente cometida por el actual presidente de la Comunidad Valenciana. Pero la cuestión no es esa, aunque también debería de serlo. La cuestión es, más bien, que no parece haber argumento alguno para pedirle a un juez que aparte la vista de lo que le han puesto delante, en espacial cuando lo que está en juego afecta a principios fundamentales de la ley, tales como que la ley no admite excepciones o que la mentira no es tolerable, independientemente de quién sea el que trate de refugiarse tras ella cuando media prueba en contrario.

Que el señor Camps sea bastante más honrado que una buena mayoría de personajes que se le ocurren a cualquiera y que haya sido objeto de una persecución deliberadamente mal intencionada y de designio político evidente en la que no se han escatimado los trucos y los atajos para ponerle a los píes de los caballos, no le otorga la posibilidad de pasar por encima de la ley, aunque sea en cuestión mínima. Tampoco sirve para librarse de la ley ordinaria el que los valencianos pudieran desearle una magistratura eterna. ¡Qué se le va a hacer! Si el juez le condena, es hombre muerto para la política.

El PP haría mal en empecinarse en una defensa sin posible argumento y haría bien en aprender del caso cualquiera de las múltiples lecciones que se puedan extraer de él. Los españoles debiéramos alegrarnos de que, aunque sea por una vez, la justicia igual para todos resplandezca por el Levante. Y no habría que descartar que, una vez puestos, cundiese el ejemplo. La mejor manera de evitar la mentira es no hacer nada que nos induzca a decirla.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

Barcenas, Buesa, Urkullu

Además de su común relación con la política, estas tres personas simbolizan problemas muy distintos de los partidos españoles.

El tesorero del PP lleva ya meses de aparición continuada en los medios, muy a su pesar, sin duda. Para muchos se está convirtiendo en el retrato de un villano. No lo creo así, y no sólo porque haya que creer en la inocencia de cualquiera mientras no se demuestre lo contrario, sino porque me es difícil imaginar que alguien que no sea inocente sea capaz de aguantar el calvario que Luis Bárcenas está sufriendo. El problema de la corrupción en España se ha convertido en un arma arrojadiza, y, una vez que eso es así, ya no caben sino conjeturas en cualquier supuesto caso. Mi impresión personal es, sin embargo, que Bárcenas está siendo objeto de una venganza por parte de aquellos a los que impidió seguir medrando por medios poco claros. Si el Supremo no pide su suplicatorio o si, aunque lo pida, sale finalmente absuelto, habría que procesar a muchos que le han herido de una manera mucho más grave, dura e indeleble que con cualquier arma física.

Mikel Buesa ha decidido abandonar UPyD. Se trata de una malísima noticia sobre cuya gravedad iremos sabiendo cosas. Mikel Buesa no parece persona sumisa, y eso tiende a ser considerado como algo intolerable en los partidos. Es grave que un partido nuevo y que ha suscitado tantas esperanzas cometa tan prontamente errores que debiera empeñarse en evitar. No prejuzgo el caso, pero creo que hay que lamentar que nuestra cultura política no permita la integración fácil de gente tan valiosa y peleona como Mikel Buesa. Un partido que no ha celebrado todavía su congreso constituyente debería haber puesto especial énfasis en evitar las defecciones motivadas por un exceso de liderazgo, aunque sea tan atractivo como el de Rosa Díez.

Urkullu preside el PNV, y eso tiene sus consecuencias. Acaba de tirarse al monte para colocar en el Gorbea banderas de su partido, que son también las de Euskadi, un caso único en el mundo, como respuesta a la supuesta agresión que perpetraron un grupo de militares que se retrataron con la bandera española en ese mismo lugar. Urkullu ha dicho, además, una serie de sandeces políticamente correctas que ni él mismo se cree, pero se le notaba el resquemor porque unos españolazos hubiesen mancillado el monte vasco con la bandera común. No acabo de entender que el nacionalismo pretenda evitar el ridículo a base de normalizarlo, pero la verdad es que se trata de una táctica que suele tener éxito entre personas con tendencia a la flojera. De paso, nos hemos enterado de que el Monte Gorbea no es el islote de Perejil, aunque no ha explicado si es porque allí no hay cabras, porque los vascos no son marroquíes, o porque el Gorbea es más alto.

Este tipo de conquistas simbólicas suele acogerse con frialdad e indiferencia por los partidos españoles, pero empiezo a preguntarme si seguir callando o ponerse de perfil es lo más adecuado. Ya sé que puede ser inteligente no hacer ni caso, pero hay un riesgo cierto de que la ausencia sistemática de respuesta consiga que los españoles acabemos por creer las tontadas del angelote nacionalista de turno.

CNI

El cambio de director en el CNI debiera ser una buena noticia, pero el Gobierno se encarga de matizarla para que no nos alegremos demasiado. La buena noticia consistiría en reconocer que cuando un político abusa en beneficio personal de su posición, o hace rematadamente mal lo que tiene que hacer, lo que resulta lógico es ponerle de patitas en la calle. En el caso del dimitido director del CNI, parece que han concurrido las dos causas: se dedicó a pasarlo bien haciendo de nuevo rico a costa de recursos públicos, y no ha sabido, tampoco, mantener la necesaria discreción en todo lo que rodea a esa Casa. Pues bien, el Gobierno en lugar de cesarlo por ambas o por alguna de las dos causas, le ha permitido dimitir, con discurso y todo, y manifiesta que ha decidido aceptar su decisión para evitar controversias. ¡Qué malas deben ser las controversias! Por lo visto, hacer cualquier clase de barrabasadas no tiene ninguna importancia… si no da lugar a controversias.

El Gobierno cree que puede disimular y hacer como que cede a las presiones de la opinión, todo, menos admitir que uno de los suyos ha tenido un proceder indigno. Me parece que eso se llama mentir, y que esa mentira también merecería un cese, pero los españoles resultan ser muy lentos para las controversias, y son amigos de que los mentirosos les halaguen los oídos. Es una pena, pero es así.

La corrupción y la política

Basta con mirar lo que sucedido con las primeras designaciones de Obama para comprender que el propósito de enriquecerse al margen de la ley, suele saltarse sistemas mucho más exigentes que el nuestro. No deberíamos consolarnos, sino tratar de evitar que la política española se desarrolle en unas condiciones que permiten un altísimo grado de ineficiencia y de corrupción. Veamos: 

1.      Los políticos gozan de un nivel de opacidad realmente sorprendente. Es una tarea de titanes comprobar cómo se ha gestionado efectivamente el gasto público: el Parlamento no lo hace más que en una medida mínima. Los sistemas de control de las cuentas públicas no tienen tampoco energía ni medios suficientes. Es difícil que cualquier delito al respecto pueda ser descubierto y probado.   

2.    La forma de financiación de los ayuntamientos es un auténtico vivero de arbitrariedades, cohechos, fraudes y conspiraciones contra el interés público, siempre bajo el manto retórico de una doctrina interventora.  Ni aunque fuesen honrados a carta cabal el cien por cien de los políticos, lo que superaría cualquier previsión sensata, se conseguiría evitar que la posibilidad de cambiar de modo enteramente arbitrario el valor del suelo, dejase de ser un enfangadero en el que se han pringado miles de personas. ¿Cuántas condenas ha habido?  Cuando se conoce el tren de vida de algunos ex responsables de urbanismo es imposible no pensar en el latrocinio practicado, a veces con la cínica disculpa de estar ayudando al partido de sus amores. Si se piensa en el origen municipal de muchas grandes fortunas del ámbito de la construcción se experimenta idéntico asco. 

3.    La Justicia es notoriamente vaga a este respecto. En cualquier país políticamente decente, la acusación hecha por Pascual Maragall a Artur Mas, en pleno debate parlamentario, acusándole de corruptelas sistemáticas en los procedimientos de adjudicación de contratos públicos habría supuesto una auténtica movilización de los poderes judiciales. Aquí no se pasó del “tú más” porque es una evidencia que las supuestas corrupciones solo se persiguen cuando se cumplen dos condiciones, en primer lugar, que deriven de una pelea interna entre los beneficiarios y, por último, sólo cuando el adversario político le convenga airearlo, lo que es como decir que la mayor parte de las veces se prefiere echar tierra sobre los asuntos para que no se escandalice el vecindario.  La Justicia no suele investigar esta clase de asuntos porque hay un espeso manto de intereses con terminales en todas las fuerzas políticas. La nula separación de poderes no ayuda nada. 

4.    La ausencia de una prensa no partidista completa la clausura del sistema. La mayoría de los periodistas investigan poco y mal, se limitan a trasmitir lo que se les entrega y se tragan cualquier historia estúpida con tal de que favorezca los intereses de sus amigos políticos. Muchos medios juegan a lo que juegan, sin ética y sin independencia, olvidando que deberían servir únicamente al público. Así les va. La prensa ataca y defiende, pero raramente muestra o demuestra nada. Las informaciones que se nos ofrecen como grandes exclusivas no pasan, en tantas ocasiones, de ser torpes montajes que avergonzarían a cualquiera con un poco de exigencia crítica, pero así son las cosas. 

5.     Por último, la moral pública no condena la mentira y, con frecuencia, venera de forma idiota al que muestra éxito y poca vergüenza. Una de las pocas noticias que vi en la televisión americana sobre España se refería, para pasmo del redactor y de los espectadores, al hecho de que a un personaje que había atracado meses antes un furgón bancario, y que, por supuesto, estaba tranquilamente en la calle, la televisión pública le había ofrecido la oportunidad de actuar en un programa musical para aprovechar su fama. 

¿Tiene todo esto remedio? Difícil, pero lo tiene. Sería necesario, para empezar, que cobrásemos conciencia de la necesidad de robustecer los controles, tal vez introduciendo la sana costumbre de las audiencias para el nombramiento de ciertos cargos, y dando una publicidad mucho más fuerte, a toda la información disponible sobre el destino del dinero público.  Lo decisivo será, sin embargo, que el electorado pueda comprobar que los partidos se toman en serio estas cosas, que no se limitan a tapar sus vergüenzas. 

El PP, en particular, está ahora mismo en candelero y corre el peligro de equivocarse gravísimamente si permite que se tenga la idea de que está más preocupado por su decencia corporativa que por aclarar absolutamente a fondo las vergüenzas de los que han traicionado a sus electores olvidándose de la ley y de los intereses  y el bien común de los ciudadanos a los que representan. No es precisa mucha imaginación para poner en marcha un programa serio capaz de introducir mayores controles y decencia en las cosas públicas, pero hace falta un liderazgo fuerte y más allá de cualquier sospecha para atreverse a ponerlo en marcha.  

[Publicado en El confidencial]