Los ejércitos y el pueblo

Ni siquiera la continuada serie de habilidosas artimañas urdidas por los gobiernos de Zapatero han sido capaces de evitar que el desfile militar con motivo de la Fiesta Nacional se convierta en una oportunidad para que el pueblo manifieste su admiración, su gratitud y su entusiasmo por las fuerzas armadas españolas.
En ese ambiente emocional el pueblo nunca se engaña; sabe que el Rey, la bandera, y nuestros soldados son su última protección frente a la barbarie, representan la seguridad, nuestra libertad, la posibilidad de vivir en paz y en igualdad bajo el dominio de la ley. Precisamente por esa certeza más allá de cualquier idea política, los españoles que asistieron ayer al desfile prorrumpieron continuadamente en gritos contra Zapatero, en silbidos, en peticiones de dimisión, una protesta que ni siquiera la sumisa TVE consiguió disimular del todo.
Durante sus años de gobierno Zapatero se ha empeñado sañudamente en poner en sordina los sentimientos que ayer se desbordaron al paso de nuestros soldados. Ha intentado desmilitarizar al ejército convirtiéndolo en un grupo de hermanitas de la caridad, paradójicamente armado. Ha herido profundamente el patriotismo de los españoles escondiendo los símbolos nacionales y azuzando las querellas territoriales y los enfrentamientos; se ha sostenido en el gobierno gracias al amparo de quienes llaman genocidio a la hispanización de América; ha sometido a tensiones insoportables la unidad política de España encarnada en la Constitución; ha promovido un pacifismo tan necio como cobarde que equipara inicuamente a las víctimas con sus verdugos; ha negociado con quienes nos quieren destruir; ha pagado rescates a secuestradores y terroristas que han atentado contra la vida y los intereses de los españoles, y ha impedido cobardemente que nuestras tropas, perfectamente capaces de hacerlo, les suministrasen castigo, la única vía disuasoria conocida.
Por si fueran pocas tales hazañas, el gobierno de Zapatero nos ha conducido habilísimamente a la ruina más absoluta, y nos sigue tratando como a necios mintiendo de manera continua sobre medidas que va a tomar, y que no toma porque no le convienen políticamente. Un Zapatero aparentemente feliz y sonriente junto al Rey, las tropas, y la bandera, es más de lo que puede tolerar la sensibilidad de los ciudadanos que saben que mientras este personaje siga al frente del gobierno no habrá esperanza alguna, tal es su infinita capacidad para la martingala y el engaño.
El griterío de los asistentes ha ensombrecido en ocasiones la solemnidad de los actos, como en el momento de homenaje a los caídos, por ejemplo. Pero el descontento popular no expresa ninguna falta de respeto hacia la memoria de esos españoles heroicos, sino un desagrado profundo de que el presidente menos gallardo de nuestra historia, el personaje más alejado de las virtudes que se celebran, como el patriotismo, el heroísmo, la generosidad, o el sacrificio por los demás, se luzca en esos escenarios de los que no es digno. Sería deseable que esa clase de contrastes entre la solemnidad de los actos y la indignación popular no se produjesen, pero seguirán mientras Zapatero siga comportándose como si ser español le pareciese un baldón difícil de sobrellevar, como si defender nuestra dignidad no fuese su obligación, también frente a sus amigachos, como ese personaje bufonesco que tiraniza a Venezuela, y que ayer no permitió que la bandera de esa república desfilase ante la nuestra y ante el Rey.