Un Gobierno de tontunas

 

No soy sospechoso de especiales antipatías hacia Pedro Sánchez, al que considero un político pundonoroso, atractivo y capaz, y al que deseo todos los éxitos que sean compatibles con el bien de España. Ni siquiera profeso especial manía a la vicepresidenta, que me ha dado muchos más motivos para la distancia ideológica y política, pero, dicho esto, y comprendiendo que la situación de ese gobierno requiere de mucha fantasía, tengo que reconocer que han hecho dos propuestas que me parecen de broma.
La primera, el empeño realmente tonto, de cambiar la Constitución para que se escriba en el lenguaje que a esta señora le parece correcto. Esto es, sencillamente, una memez, que ya viene durando mucho. Tan absurdo es pedir ese lenguaje, al que llaman absurdamente inclusivo, como si algún lenguaje no lo fuera, como reclamar que la Constitución pueda llamarse también el Constitución, o que tengamos que hablar de belgos, periodistos, maquinistos, o charrúos para que los varones belgas, periodistas, maquinistas o uruguayos, no se sientan discriminados por el lenguaje. Es demencial que haya que explicar cosas tan obvias y produce asombro que pretendan arrinconar a la RAE para que ceda a esta trapisonda (o trapisondo).
La segunda memez tiene que ver con el argumento de la manada feminista (así se han hecho llamar algunas de ellas) para hacer una justicia en la que no pueda caber espacio alguno para la interpretación del juez (o espacia alguna para la interpretación de la jueza), lo que supone una ignorancia casi infinita de cómo funciona la aplicación de las leyes a los casos litigiosos. Si a eso se le añade la pretensión de que cualquier relación sexual tenga que ir precedida de un aserto permisivo de la dama, el asunto bordea ya el vodevil.
Yo soy de los que cree que es mejor que los gobiernos hagan pocas cosas, y que si se decidieran a contener su furia legislativa nos iría a todos algo mejor, pero la alternativa de hacer memeces por no poder hacer nada me parece bastante perversa, la verdad.