La leyenda del imperturbable y lo de Cataluña

Cada político tiene derecho a escoger su figura y a cultivar una imagen que le resulte atractiva, cómoda y, a poder ser, simpática. Rajoy parece pretender que se le recuerde como un político sereno, como alguien  a quien no perturba cualquier cosa. No está mal, para un país tan propenso al sopetón y al disparate, pero de la virtud al esperpento no siempre hay tanta distancia como se pueda desear.

La declaración soberanista del Parlamento catalán no es precisamente un documento de interpretación sencilla, de manera que caben las disquisiciones de todo tipo sobre lo que significa. Sin embargo, de lo que no cabe duda ninguna es de que los secesionistas catalanes están poniendo a prueba la capacidad de respuesta del conjunto de la Nación y de cada una de sus instituciones, y que está claro que la mejor respuesta política a este desafío, por evasivo y equívoco que se pretenda, no puede ser la afectación de una olímpica indiferencia o el jugar a que se está tan seguro en la propia posición que se considera que el asunto es un temita menor.
Adoptar un mohín minimizador puede que tenga alguna oscura ventaja, pero tiene inconvenientes muy mayores. No se podría aparentar normalidad, por ejemplo,  el día que los bomberos decidieran hacer una falla en el interior de su cuartel, por mucho que se les suponga capacidad para controlarla, entre otras cosas porque no se les paga el sueldo para eso. El caso catalán es mucho peor porque los que están montando la falla en las instituciones no son bomberos, sino pirómanos, así que pocas bromas. El Gobierno no puede conformarse con pedir ahora un dictamen a la abogacía del Estado, eso debería haberlo hecho meses atrás, aunque solo sea porque lo que está pasando también tiene que ver con  la prima de riesgo.
Estamos ante un desafío político de enorme envergadura y no se puede tratar como si estuviésemos ante una pugna sobre las competencias administrativas para decidir la clasificación de los huevos de gallina.  Los españoles en general, y con más urgente motivo, los muchísimos catalanes que se sienten plenamente españoles y no quieren dejar de serlo para que se infle el ego del señor Jonqueras, están verdaderamente preocupados con los signos de tibieza y lentitud de este Gobierno. Para nuestra desgracia, no basta con advertir que se va a hacer cumplir la Constitución, hay que decir ya cómo se va a hacer eso, porque es evidente que nunca se ha admitido que se fuera a incumplir, y los nacionalistas y secesionistas han podido hacer girones  de ella.
El Estado, garante de la ley y del derecho y las libertades de todos, tiene la obligación de aplicar la ley y no puede mirar para otra parte cuando sus representantes se reúnen para decir que van a hacer lo que no se puede hacer de ninguna manera. Un Gobierno que ha encontrado motivos para indultar a personajes lamentables o a un conductor suicida, contra todos los pronunciamientos jurídicos, debiera ser capaz de encontrar alguna medida eficaz contra el cacareo político de los soberanistas, aunque eso pudiere suponer que el señor Rajoy tenga que alterar el gesto. Hay veces que la calma puede causar pavor. 
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