Los miedos del PP

Finalmente se han dado a conocer los sumarios del caso Gürtel, lo que permitirá que el PP esté acorralado por unos días más intensamente que de ordinario. El hecho de que el Gobierno ataque a la Oposición es una peculiaridad bastante notable de la política española, pero quizá sea más notable todavía el hecho de que el PP renuncie a defenderse cómo se supone que podría hacerlo.

En esta democracia en que hemos venido a parar, al PP no le queda otro papel que el de tomarse la libertad en serio, y tratar de convencer a los españoles de que es mejor morir de píe que vivir de rodillas; ya sé que puede sonar a sarcasmo, pero los tiempos han cambiado tanto que la frase de Emiliano Zapata, y luego de Dolores Ibarruri, puede tener pleno sentido (afortunadamente, figurado) aplicada a nuestra situación.

En la democracia española el PP es, definitivamente, el partido perdedor si acepta una serie de claves del sistema. Si, por el contrario, no lo aceptase, tendría oportunidades de cambiar las reglas de juego y la cultura política de los españoles, y con ello, tendría oportunidades de ganar. Esa fue precisamente la clave de la victoria de 1996 y de su confirmación en el año 2000, pero el PP se cansó pronto de ser alternativa a la política establecida, y pensó que bastaría con llevar a cabo una buena administración; es evidente que se equivocó, y las consecuencias de ese error se pagan ahora muy caras. La era de Zapatero le ha puesto las cosas todavía más difíciles, y no se ve claro que el PP actual quiera hacer una objeción de fondo al sistema, porque amaga, pero no da, porque prefiere consolarse con el supuesto papel de heredero que tantos le adjudican.

A mí, me parece que eso es un fraude, que es renunciar a la función más importante de un partido, a tratar de liderar un cambio profundo para construir una democracia de verdad sólida y poderosa. El problema para hacer algo como eso es muy sencillo: la mayoría de los dirigentes del PP creen en la libertad tan poco como Zapatero, y en la democracia, todavía menos.

Por eso, frente a la corrupción hacen que hacen, pero miran para otro lado, exactamente lo mismo que ha hecho el PSOE, me gustaría pensar que con algo menos de cinismo y desvergüenza. El caso es que el PP podría desterrar casi para siempre la lacra de la corrupción si se atreviera a tomarse la política en serio, si practicase la trasparencia y la democracia interna que le reclama su alma liberal, pero eso pondría en riesgo la nomenklatura, y tiraría por los aires esas redes de poder en las que se apoyan los que siempre mandan, esos rigodones de monarquía hereditaria que tan bien bailan en el partido los que creen que la libertad puede limitarse a ser un adorno retórico de la derecha. Que un Fraga que jamás pudo ganar las elecciones generales, y que acabó perdiendo Galicia por no retirarse a tiempo, vuelva a aparecer al frente de las reuniones de la cúpula del PP, es algo más que una coincidencia, puede ser un presagio.